martes, 20 de diciembre de 2016

Marisol y Las Semillas de Girasol

(Recorta a la muñeca Marisol y sus vestidos de papel)
"Marisol y las semillas de girasol"

Marisol fue al bosque, con su cabello revoltoso y bucles cayendo sobre sus hombros cual dulces pétalos, sonreía a su paso a todas las flores y pequeños animales que la miraban pasar. Hablaba con los pajarillos y escuchaba las historias que los árboles contaban esa mañana. La noche anterior había habido una gran tormenta y un huevo había caído de su nido. Todos comentaban sobre el huevo aquél, que ya debería estar naciendo un polluelo.
La bella y tierna Marisol, daba giros con su falda blanca de algodón y se detenía a cada instante para contemplar los caminos de los caracoles en sus tornasolados caparazones. Los caracoles se arrastraban por las hojas y las ramas del suelo. Lentos y elegantes iban dejando su huella brillante al pasar.
Las hormigas caminaban apuradas buscando con insistencia pedacitos de azúcar y restos de miel. Levantando cualquier cosita interesante que encontrasen por el camino. La reina sabionda fabricaba con finos brocados de estambres misteriosos, las jugosas celdas para las bebés recién nacidas. Acolchadas en sus nuevas camitas, llenaba de miel las celdas para alimentarlas con la más dulce colección de néctares del bosque. Calladitas dormían las nuevas crías, retoñitos amorosos de las madres atentas.
La pequeña Marisol veía todo y lo investigaba a fondo. ¿Tenemos nuevas hormiguitas hoy? ¿Que están buscando las traviesas? Les ponía un poquito de azúcar para entretenerlas y ayudarlas a juntar sus reservas.
Marisol hablaba con los pequeños gusanillos que asomaban en el gras, pequeñas cabecitas que se movían, iban y venían comiendo tierra al andar. Cuanta sabia naturaleza la rodeaba, cada animalito en su casita o trabajando en algo diligente. Así se paseaba por el jardín de su abuelita, recogiendo cerezas del cerezo de la esquina. Gozando de cada detalle casi invisible pero lleno de perfección.
Eres para mí y yo soy para tí. Somos todos amiguitos y todos nos ayudamos y observamos. Nos asustamos los unos de los otros también. Y si las cosas no van muy bien, nos retiramos para darle paz al otro. Y si nos toca ser el almuerzo de alguien, peleamos, pero que se hará, volvemos a la tierra y volveremos a nacer. Otra carita cada día, otro color y textura. La naturaleza hace sus combinaciones sabias, cada elemento a su destino, cada señal en la dirección adecuada. Si no hay ese elemento, lo crea. Si algo resulta fuera de foco, lo cambia y renueva otro. La naturaleza va y viene siempre, creando y recreando.

Avanza el agua en su dirección con fuerza, con los vientos y las ondas lunares que la empujan. La gravedad que la lanza de las alturas por los ríos hasta el océano. Agua que en vaporosas andanzas avanza en el calor hasta el cielo, para volver a caer en diminutas esferas, splash, splash. Cristal en movimiento, cristal atraído por la gravedad imponente. Atrae a sí, atrae a su centro todo lo que puede. Agujero negro que se traga todo lo que puede y nos mantiene pegados a la superficie, que nos separa de él, con todo lo que somos y lo que tenemos. Gravedad sin misericordia, egoísta como ella sola. Todo para mí, todo para mí. Espíritu sin compasión ni paciencia.

Marisol comió una semilla de girasol encantada y corrió por los campos, sintiendo la energía correr por sus miembros y comenzó a girar en aspas de molinos. Por un momento creyó engañar a la gravedad y jugar con ella. Redondas aspas, con sus manos y pies estirados, señalando el cielo y la tierra, el cielo y la tierra, aspas y más aspas de molinos.

¡Mira! El sol brilla tanto hoy que las flores que están de par en par mirándolo. Las hojas abiertas, recibiendo todo su esplendor ¡en una fotosíntesis perfecta! Tantos círculos dio Marisol que comenzó a hacerse pequeña y terminó en la cumbre de una colina de semillas negras. ¡Estaba en el centro de un girasol! ¡Esta tierra es maravillosa! ¿Cómo estas girasol? ¡Mira, vengo a visitarte! Tus semillas estrambóticas me están sosteniendo, fuertes y rechonchas.

¡Viene el ruiseñor ahora, Buenos días señor ruiseñor! ¿Me llevará de paseo hoy? Mire que aquí estoy esperando a subirme en su lomo para dar ese gran paseo por los bellos jardines del vecindario. El ruiseñor con un elegante gesto, bajó su cabeza y estiró el ala, a modo de alfombra para que la pequeña Marisol suba a su lomo. Y bien prendida de las plumas, emprendió el gran viaje por los aires del barrio.

Mira mi dulce Marisol, aqui te paseo con gran cuidado ¡por las alturas del vecindario amigo! Dijo el pequeño ruiseñor. Y batiendo sus alas con mucho cuidado de no dejar caer a la pequeña Marisol, dio volteretas, aterrizando suavemente en uno de los cercos vecinos.

El gato Agapeo se acercó a darle los buenos días a la pequeña Marisol, con un tierno ronroneo. Miren quién nos viene a visitar esta mañana. Le cuento que nuestro vecindario es el mejor de la ciudad, tenemos los más gentiles amos que hayamos podido desear. Nos preparan los mejores rincones con los más mullidos cojines. Nos llenan los platos de los más exquisitos manjares y acarician nuestro pelaje, dedicando toda su atención y su tiempo, haciéndonos sentir como reyes.

Como demostración de aprecio, pequeña Marisol, te enseñaré un escondite que las mascotas del barrio hemos hecho para proteger a la más preciosa cría de venado que haya cruzado el lugar. Lo tenemos en una pequeña cueva detrás de la fuente de agua.

Y así el gato llevó en su lomo a la niña, quien con mucha alegría viajó al lugar escondido en el lomo de este hermoso felino. Era como viajar en una alfombra muy suave y tibia.

Al llegar a al cueva, Marisol comió una semilla mágica de girasol que había guardado, que la hizo crecer otra vez al tamaño normal. Y conversando con los gatos y pajarillos del lugar, le presentaron al más dulce cervatillo que se haya podido imaginar. El cervatillo a su vez, la miró con ojos grandes y tiernos, sintiéndose protegido por Marisol y los animales que lo rodeaban.

La pequeña Marisol consiguió lo necesario para alimentarlo y le dió leche con un biberón. El cervatillo se convirtió en su tesoro escondido. Gozaba en ir cada día a darle de comer y acariciarlo. Hasta que llegó el día en que el joven venado se levantó y en medio del adiós de todos los que lo rodeaban, partió a la carrera y se escondió en el bosque.

Todos lo despidieron con cierta melancolía pero se sintieron orgullosos de haberlo ayudado a sobrevivir y luego verlo partir sano y seguro de sí mismo para ser independiente.

Marisol, en su pequeño mundo, se sentía muy feliz de compartir su vida con los seres de la naturaleza, quienes le demostraban confianza y la aceptaban cada día como su familia. Y así pasó un día más en su vida extraordinaria, que la naturaleza le daba con bondad y en abundancia.

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