martes, 20 de diciembre de 2016

Josefina en el País de las Máscaras



La estación del tren la esperaba, Josefina daba los últimos abrazos de despedida. Había sido una visita inolvidable, el comienzo de una primavera sin igual. Sabía que esa no sería la última vez que pisaba ese país, alguien había robado su corazón para siempre.


Dias antes se había paseado por las fascinantes ciudades italianas acompañada de su amiga Rosella, con quien tomada del brazo caminó la calle empedrada, mirando las vitrinas con los mejores cortes italianos, pero sobre todo, pasando al lado de los italianos más guapos y elegantes. No olvidará las dulces canciones italianas que la acompañaron todo el viaje, con sus pegajosos estribillos que salían de los acogedores restaurantes, adornados con alegres cortinas rayadas.


El paseo por los inmensos jardines románticos de Boboli, con sus arbustos y enredaderas encaramadas en los frondosos arcos, de aroma embriagador fue un verdadero placer. Mientras Josefina se asomaba entre las estatuas griegas, rodeando los pies de mármol para que Rosella le tome una foto, vieron las dos pasar de lejos al guapísimo príncipe Giuseppe, seguido de su corte. Las dos suspiraron y soñaron en bailar algún día con él.


Las dos se pasearon por Venecia en góndolas, luego caminaron por los angostos pasajes de la ciudad, con pequeñas ventanas en lo alto de los muros, cubiertos de musgo y carcomidos por la antigüedad. Vestidas con románticos faldones y blusas de encaje, caminaron hasta encontrar un taller de esculturas de vidrio y se detuvieron a contemplar. Los artesanos trabajaban el vidrio y lo inflaban con tubos especiales. Lo calentaban en el horno chispeante, luego rodando y martillando los cristales de colores, los mezclaban para crear con la luz, una ilusión de movimiento con líneas circulares multicolor. Luego formaban las botellas, bajando el vidrio derretido en forma de gota y allanando el fondo.


Con ojos soñadores, Josefina contemplaba el trabajo en vidrio, cuando de pronto vio una cara a través de la vitrina que la miraba con ojos penetrantes. Un rostro muy fino, la miraba discretamente a través de los cristales. Josefina se sintió transportada con la mirada. De pronto, en un instante, se detuvo la magia, la cara desapareció y Rosella la tomó de la mano riéndose y la jaló hacia una góndola donde las esperaba un gondolero.


- ¡La búsqueda del tesoro! ¡Nos hemos inscrito en la búsqueda del tesoro en Venecia! Josefa, pensando todavía en los ojos que la habían mirado intensamente, avanzó confundida y siguió a Rosella en sus zapatitos de terciopelo. Bajó por las escalinatas del bote, rodeándose de almohadones bordados con aves del paraíso, sobre los asientos adornados con máscaras de yeso emplumadas. Las dos emprendieron la búsqueda del tesoro veneciano por los canales, entre otros concursantes del lugar. Josefa no podía dejar de pensar en el joven que la miró en la tienda, sentía que tenía que verlo otra vez.


Rosella, entusiasmada con la búsqueda del tesoro, guiaba al gondolero con las señales que iba encontrando, pues no quedaba mucho tiempo. Encontraron una pista en el puente, un mimo hacía la mímica de saber el secreto y les hizo señales, Josefina lo miró y creyó entender la señal: - Rosella, vayamos en la siguiente esquina a la derecha, según el mimo, es el escondite - Rosella le guiñó el ojo y le dio la señal al gondolero.


El gondolero remaba serenamente, con mano firme batía el remo, ondeaba el agua oscura a su paso, avanzando el bote suavemente. Rodeó el borde de la góndola con la mirada y las miró de reojo sobre el hombro. Súbitamente giró en la esquina y todo se tornó oscuro y tenebroso. Se escuchaba un tintineo en el extremo de la embarcación. La máscara de yeso perfilaba su forma contra la luz del horizonte a través del estrecho canal que se fue angostando más y más, con oscuros escalones resbaladizos sumergidos en el agua. Todo calló, las melodías alegres quedaron atrás.


- Señoritas, este es su destino - dijo quedamente el gondolero. Se quitó el sombrero y extendió la capa azabache. Se dio la vuelta mostrando su máscara blanca y las miró con sus ojos brillantes a través de las rendijas. Les tendió la mano y se abrió una puerta en la penumbra del edificio. Salió un misterioso personaje con sombrero rojo. Detrás de él una enmascarada azul asomó, y una pequeña varita iluminada apareció. Sorpresivamente, retumbaron tambores y trompetas, se iluminó la puerta con radiantes colores y confeti brillante salía por puertas y ventanas. Emergieron en el agua toda clase de lámparas de luces multicolores, descendieron un millar de globos blancos de lo alto. De pronto una voz resonó: - ¡Han encontrado el lugar del tesoro, bellas venecianas, su corona y tesoro las esperan!


Josefina y Rosella no podían recuperarse de la impresión, la siniestra callejuela que las tenía en un momento acorraladas con sombras y grotescas figuras, ¡vino a ser la celebración de la victoria! Rosella y Josefina bailaban entre los cojines y alforjas de la góndola, saltando y riendo.


Ayudadas por el gondolero, que se transformó en un galán y esbelto caballero, subieron los pintorescos peldaños y entraron por la pequeña entrada a la mansión. Las esperaban doncellas con preciosos vestidos vieneses de organdí y fragancias de almendras y jazmín, para vestirlas de fiesta, cual elegantes damas reales. Pasaron por velos y baúles, hasta llegar a un gran salón, donde bailaban arlequines y damiselas al son del allegro del clarín. Una gran banda musical celebraba con algarabía su entrada triunfal.


Coronadas de azucenas y claveles, se sentaron junto a la bellísima reina de la primavera, quien las presentó como invitadas ilustres al gran baile de Máscaras Venecianas. Serían las primeras en bailar con el Príncipe Giuseppe. Cuando el príncipe se acercó a Josefina para sacarla a bailar, ella reconoció los ojos finos y elegantes que la habían mirado fijamente en la vitrina de cristales. Josefina se sintió desmayar y el Príncipe la tomó suavemente en sus brazos, diciéndole al oído - "hoy encontré a la Princesa con la que me voy a casar".

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