Cuando Eloy nació, su padre estaba muy orgulloso que fuera varón y celebró por varios días el nacimiento de su hijo.
Con el paso del tiempo, Eloy aprendió a la perfección las artes marciales y diferentes modos de pelear, ganándose así el respeto de los que le rodeaban. Tanto así que se estableció un torneo donde se presentaba a pelear cada vez con un rival diferente, ganando cada uno de ellos.
Dado que era el más fuerte de la comarca, reclamó su corona donde se proclamó rey, y aquél que quisiera estar sobre su mandato, tendría que enfrentarse a él. Así, pasó el tiempo y Eloy se hizo famoso por su fuerte musculatura y su excelente destreza.
Con el paso del tiempo, Eloy aprendió a la perfección las artes marciales y diferentes modos de pelear, ganándose así el respeto de los que le rodeaban. Tanto así que se estableció un torneo donde se presentaba a pelear cada vez con un rival diferente, ganando cada uno de ellos.
Dado que era el más fuerte de la comarca, reclamó su corona donde se proclamó rey, y aquél que quisiera estar sobre su mandato, tendría que enfrentarse a él. Así, pasó el tiempo y Eloy se hizo famoso por su fuerte musculatura y su excelente destreza.
Luego de una penosa enfermedad, su padre murió y Eloy se quedó triste, pues ya no tenía a quien tanto le había prodigado enseñanza y alimentado el afán de ganar cada campeonato, y así su corazón quedó triste y lánguido.
Luego de un tiempo, cuando el luto había pasado, decidió organizar un baile donde podría conocer alguna joven con quien pudiera casarse. Quería que esta fuese una joven muy bella para acompañarlo y tener una familia, así podría mostrar más maravillas para la envidia de los que le rodeasen.
En el baile, conoció a Amarilis, la hija del Rey de la provincia montañosa. Ella se presentó con un fabuloso vestido dorado, con pequeñas y nutridas flores delicadamente adornando su cabello y se ofreció a cantar una dulce melodía al son del arpa. Eloy se quedó atónito al verla tan bella y de trato tan femenino. Quizo hacerla su esposa a la brevedad posible, para lo cual se hicieron los arreglos para la boda y en un santiamén estaban casado disfrutando de su matrimonio.
Amarilis era una joven de muchos dones y adornó la vida de Eloy de admirable manera. Organizaron múltiples bailes y ocasiones fiestas, divirtiéndose mucho y entre fiesta y fiesta, se siguió organizando torneos de pelea donde siempre salió Eloy como campeón. Eloy tenía todo lo que un rey pudiera desear y tanta fue su bendición que Amarilis le dio un hijo que se convirtió en el centro de su devoción. Joaquín, era un niño de mucha vida y llenaba el palacio de alegría.
Luego de un tiempo, cuando el luto había pasado, decidió organizar un baile donde podría conocer alguna joven con quien pudiera casarse. Quería que esta fuese una joven muy bella para acompañarlo y tener una familia, así podría mostrar más maravillas para la envidia de los que le rodeasen.
En el baile, conoció a Amarilis, la hija del Rey de la provincia montañosa. Ella se presentó con un fabuloso vestido dorado, con pequeñas y nutridas flores delicadamente adornando su cabello y se ofreció a cantar una dulce melodía al son del arpa. Eloy se quedó atónito al verla tan bella y de trato tan femenino. Quizo hacerla su esposa a la brevedad posible, para lo cual se hicieron los arreglos para la boda y en un santiamén estaban casado disfrutando de su matrimonio.
Amarilis era una joven de muchos dones y adornó la vida de Eloy de admirable manera. Organizaron múltiples bailes y ocasiones fiestas, divirtiéndose mucho y entre fiesta y fiesta, se siguió organizando torneos de pelea donde siempre salió Eloy como campeón. Eloy tenía todo lo que un rey pudiera desear y tanta fue su bendición que Amarilis le dio un hijo que se convirtió en el centro de su devoción. Joaquín, era un niño de mucha vida y llenaba el palacio de alegría.
Eloy, siguiendo la tradición de su padre, preparó al niño para la pelea y lo entrenó en las artes que él mismo había aprendido, con la misma disciplina y abnegación.
Joaquín amaba mucho a su padre, pero tenía un alma más calmada y más elevada espiritualmente. Pacientemente siguió y aprendió de los entrenamientos recibidos, más su sueño era ser poeta y escritor. No le apasionaba la pelea y musculatura, sino el gozo que le causaba contemplar la grandeza de la naturaleza y eternidad de su alma.
Joaquín amaba mucho a su padre, pero tenía un alma más calmada y más elevada espiritualmente. Pacientemente siguió y aprendió de los entrenamientos recibidos, más su sueño era ser poeta y escritor. No le apasionaba la pelea y musculatura, sino el gozo que le causaba contemplar la grandeza de la naturaleza y eternidad de su alma.
Eloy no entendía este sentimiento y luego de discernir con su hijo respecto a las maravillas de las artes de batalla y las posibilidades de dominio y conquista, se dio por vencido y dejó al niño a su suerte, sin entrenarlo más ni compartir sus aventuradas batallas y desmesuradas batidas.
Con el tiempo, nada llenaba el corazón de Eloy y buscaba que las batallas fueran más sangrientas y violentas, para llenar su vida de alguna algarabía. Así se fue tornando su inacabable aventura en interminables torneos y terribles braverías. No había nada que calmara su ansia de acción y aplauso, todo era poco y hasta el más bravo de los rivales parecían algodón en sus bravas manos. Bastones, cuchillos y carabinas, nada era ya satisfactorio.
Con el tiempo, nada llenaba el corazón de Eloy y buscaba que las batallas fueran más sangrientas y violentas, para llenar su vida de alguna algarabía. Así se fue tornando su inacabable aventura en interminables torneos y terribles braverías. No había nada que calmara su ansia de acción y aplauso, todo era poco y hasta el más bravo de los rivales parecían algodón en sus bravas manos. Bastones, cuchillos y carabinas, nada era ya satisfactorio.
Al sentirse el rey que su fuerza era mucha y ya no había rival en la comarca que lo encare, se sintió muy aburrido y quizo alcanzar más territorio y dominar más para su soberbio orgullo. Mandó hacer una estatua de su rostro, cuerpo y musculatura, tan grande como pudiera, para ponerla en el centro de la plaza y así ser el ídolo de toda la comarca y alrededores. Todos debían hacer una venia cuando pasasen por la imagen y arrodillarse, dejando una donación y una parte de su riqueza. Todos llevarían un relicario con parte de su manto y sería un símbolo de su estirpe y gran nobleza.
Eloy veía a su hijo Joaquín de lejos, escribiendo en hojas y cantando en lo alto de alguna piedra. Llevaba consigo algún mendrugo de pan y alguna botella de cidra con lo que sobrevivía cada día sin hacer caso de los mandatos y designios de su padre. Esto era algo que el rey no soportaba, ser ignorado por su propio hijo y la posibilidad de ser la burla de la comarca entera. “Hijo, has pensado en los designios de tu padre, has visto la posibilidad de su enojo?” - decía Amarilis, su dulce y paciente madre - pero Joaquín no tenía miedo y se atrevía cada día a salir en la libertad que Dios le había dado y sin titubeos ni a escondidas, caminaba libre por la comarca, cantando y tocando su flauta con mucha dulzura, dando a todos una muestra de su valentía.
Eloy por su parte, manejaba cada día de manera furibunda, caminando de lado a lado como león en su jaula. Gritaba a los cuatro vientos y daba tal desmesurados alaridos que nadie se atrevía a dirigirse a él a menos que fuera de absoluta necesidad. Eloy sólo se calmaba cuando entraba Amarilis y con su más dulce voz, entonaba alguna canción con la viva música del arpa que su madre le había enseñado.
La amargura de Eloy lo había encerrado en ese caparazón del que no quería salir. Su hijo Joaquín había sido su tan preciado sueño, su más tierna sonrisa y ahora se ha volteado en contra de él, demostrando al mundo entero que mi palabra no lo mueve ni lo incomoda.
Así iba discurriendo Eloy en su obstinado pensamiento cuando se presenta un mensajero llevando un importante aviso. “Su majestad, vengo a traerle las nuevas de más allá del territorio. Su majestad la reina Verona, viene en brevedad a verle y extenderle su más alusivo saludo. Es mi intención llevarle su respuesta en cuanto su majestad en su infinita libertad lo conceda”. Fue así que la reina Verona visitó la comarca y contempló el espléndido orden y el admirable palacio que la recibía con mucha cortesía. Más no pudo sentir compunción cuando vio las terribles penas que los habitantes pasaban con tales designios dados por el rey, que todos debía de rodillas adorarle y cargar el pesado relicario como si fuera el rey un Dios. No pudo con su pena y sin decir más se fue y dejó declarado que a la comarca no volvía más, ya que no había justicia ni cuidado por su población. No apoyaría tan absurda ostentación de crueldad que llevaría a la comarca a la devastación profunda. No dudo ni un minuto en retirarse y dejar tan triste cuadro. Cuatro guardias la acompañaron a dejar la puerta y así la comarca ya que nada había que la acogiese y su pena era tal que no pude mirar atrás.
Así iba discurriendo Eloy en su obstinado pensamiento cuando se presenta un mensajero llevando un importante aviso. “Su majestad, vengo a traerle las nuevas de más allá del territorio. Su majestad la reina Verona, viene en brevedad a verle y extenderle su más alusivo saludo. Es mi intención llevarle su respuesta en cuanto su majestad en su infinita libertad lo conceda”. Fue así que la reina Verona visitó la comarca y contempló el espléndido orden y el admirable palacio que la recibía con mucha cortesía. Más no pudo sentir compunción cuando vio las terribles penas que los habitantes pasaban con tales designios dados por el rey, que todos debía de rodillas adorarle y cargar el pesado relicario como si fuera el rey un Dios. No pudo con su pena y sin decir más se fue y dejó declarado que a la comarca no volvía más, ya que no había justicia ni cuidado por su población. No apoyaría tan absurda ostentación de crueldad que llevaría a la comarca a la devastación profunda. No dudo ni un minuto en retirarse y dejar tan triste cuadro. Cuatro guardias la acompañaron a dejar la puerta y así la comarca ya que nada había que la acogiese y su pena era tal que no pude mirar atrás.
Joaquín vio desde lejos como la comarca la despedía y no pudo más que sentir una gran pena por la miseria en que su padre se encontraba. “cómo liberar a su padre de tan bajo espíritu que lo tenía encadenado a la podredumbre de los sentimientos perversos?” no sería fácil y el precio sería alto. Tendría que dar algo de mucho valor para que este inmundo fantasma lo deje. Dominar, conquistar, ganar, era lo único que dominaba su mente. No podía ver la belleza de la vida y todas las maravillas que lo rodeaban. Estaba ciego por su propia soberbia. Querer ser adorado es lo último que un alma pueda desear antes de caer en el más oscuro infierno.
En la comarca habían hombres y mujeres, niños y ancianos, todos mirando con esperanza a Joaquín, porque sabía en lo más profundo de su alma que él tenía la respuesta a tan infame trato. Por su parte a Joaquín no lo detenía el temor y actuaba con valentía ante la presencia de su padre. Tenía que liberar a la comarca y a su padre de ese espíritu tan inmundo.
Una mañana Joaquín entró muy alegre donde se encontraba su padre, tocando la flauta y una animada canción, sus pies se movían como el viento y sus ojos reflejaban el entusiasmo que hacía siempre sonreír a su padre. Bailaba alrededor y movía sus brazos al son de la canción, y hasta un pajarillo vino de lo alto a escucharlo con atención. Su voz resonaba en todo el bastión y las torres resonaban con ecos que llegaban hasta el más escondido rincón. “Hijo mío, ¿qué estas haciendo si sabes que tu padre va a tronar? ¿es que acaso no sabes cuanta furia vas a acarrear?” - se decía a sí misma Amarilis. Ella toda temblaba sólo de pensar lo que escucharía luego de la canción.
Para su gran sorpresa, el rey comenzó a bailar y a tararear, como si su alma fuera pura como un niño y miraba al cielo siguiendo el la tonada y bailó y bailó hasta que en un momento dado paró. Cerró los ojos, con la cabeza baja y muy lentamente giró la vista, posando la mirada en su alegre hijo, quien no paraba de bailar y girar, sin sospechar que su padre lo miraba. Su padre se encontraba en ese estado de ira que lo tenía en un momento catatónico, sin poder respirar. Joaquín giró delante de su padre con una gran sonrisa y al instante la mano de su padre de un solo golpe, de lleno en la sien su cuerpo se derrumbó en el suelo y inerte sin moverse, sin respiración.
El rey lo miró un instante, fuera de sí, sin saber qué pensar. Todo había sido tan sorpresivo, incomprensible y de tal manera, que el rey no había tenido tiempo de medir su fuerza ni pensar por segunda vez. Todo estaba terminado, Joaquín en el suelo, y el rey a su lado sin saber que hacer ni qué decir. De pronto para el rey todo se volvió oscuro, nada tenía sentido, toda su fuerza era nada y su fama vacía, todo era vano, nada tenía vida. Su hijo, su único tesoro se había ido ¿cómo era posible? todo en un segundo había cambiado, su vida y su infamia las detestaba, todo se volcó en un momento. Sus lamentos y gemidos se volvieron interminables, sollozó por un largo rato a solas con su hijo. Nada cambiaría su suerte, todo se había acabado. Su hijo sin vida yacía en sus brazos. Hubiese preferido que le arranquen la entrañas y ser quemado vivo que vivir esta miserable suerte, terrible infamia. Lanzó sus pesados puños al suelo, hizo retumbar todo el lugar y lanzó un alarido que llegó a todo ser vivo de la región. “Oh, miserable vida, qué haré que no haya hecho antes que me haga vivir de nuevo sin morir como estoy muriendo, Oh Dios, ten misericordia de mí”.
Diciendo esto, de pronto, el rey escuchó una voz, era la voz de Joaquín dando un gemido de dolor. El Rey Eloy, sintiendo que le volvía el alma al cuerpo, no podía creer lo que escuchaba, había dado a su hijo por muerto, inmediatamente abrazó a su hijo y lo besó en la frente, dio gracias a Dios y prometió cambiar para mejor. Este suceso doloroso le hizo darse cuenta cuanto quería a su hijo y despertó de tanta soberbia que lo había mantenido ciego tanto tiempo.
Para su gran sorpresa, el rey comenzó a bailar y a tararear, como si su alma fuera pura como un niño y miraba al cielo siguiendo el la tonada y bailó y bailó hasta que en un momento dado paró. Cerró los ojos, con la cabeza baja y muy lentamente giró la vista, posando la mirada en su alegre hijo, quien no paraba de bailar y girar, sin sospechar que su padre lo miraba. Su padre se encontraba en ese estado de ira que lo tenía en un momento catatónico, sin poder respirar. Joaquín giró delante de su padre con una gran sonrisa y al instante la mano de su padre de un solo golpe, de lleno en la sien su cuerpo se derrumbó en el suelo y inerte sin moverse, sin respiración.
El rey lo miró un instante, fuera de sí, sin saber qué pensar. Todo había sido tan sorpresivo, incomprensible y de tal manera, que el rey no había tenido tiempo de medir su fuerza ni pensar por segunda vez. Todo estaba terminado, Joaquín en el suelo, y el rey a su lado sin saber que hacer ni qué decir. De pronto para el rey todo se volvió oscuro, nada tenía sentido, toda su fuerza era nada y su fama vacía, todo era vano, nada tenía vida. Su hijo, su único tesoro se había ido ¿cómo era posible? todo en un segundo había cambiado, su vida y su infamia las detestaba, todo se volcó en un momento. Sus lamentos y gemidos se volvieron interminables, sollozó por un largo rato a solas con su hijo. Nada cambiaría su suerte, todo se había acabado. Su hijo sin vida yacía en sus brazos. Hubiese preferido que le arranquen la entrañas y ser quemado vivo que vivir esta miserable suerte, terrible infamia. Lanzó sus pesados puños al suelo, hizo retumbar todo el lugar y lanzó un alarido que llegó a todo ser vivo de la región. “Oh, miserable vida, qué haré que no haya hecho antes que me haga vivir de nuevo sin morir como estoy muriendo, Oh Dios, ten misericordia de mí”.
Diciendo esto, de pronto, el rey escuchó una voz, era la voz de Joaquín dando un gemido de dolor. El Rey Eloy, sintiendo que le volvía el alma al cuerpo, no podía creer lo que escuchaba, había dado a su hijo por muerto, inmediatamente abrazó a su hijo y lo besó en la frente, dio gracias a Dios y prometió cambiar para mejor. Este suceso doloroso le hizo darse cuenta cuanto quería a su hijo y despertó de tanta soberbia que lo había mantenido ciego tanto tiempo.
Ese día el Rey salió a la comarca y dio los nuevos edictos que a su mandato se llevarían a cabo. Proclamó la libertad de todos sus habitantes y prometió su restauración completa. Ofreció el cuidado paternal que a su hijo le faltó y mandó derruir tan vil imagen que hacía venerar por todos. Mandó quemar todos los relicarios y organizó una gran fiesta para celebrar la paz que su hijo hizo reinar en la comarca desde aquél día. El Rey por fin comprendió lo que valía la vida y la paz, y que un hijo vale más que todo el poder y la gloria que el mundo le pueda dar.
Cuando la reina Verona conoció la noticia, regresó con su corte para felicitar al rey por el reinado tan maravilloso que tenia y trajo consigo a su hermosa hija Olivia para casarse con Joaquín, el gran príncipe pacífico que había conocido. Joaquín se sintió atraído a Olivia desde el momento que la vio, vivieron una vida de felicidad y tuvieron cuatro hijos, dos de los cuales eran grandes filósofos que contribuyeron en gran medida a la paz y la prosperidad de la región.
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