“Crollius, el lebrel sin igual”
Gracián se compró un lebrel,
que se mostró muy leal.
Le puso por nombre Crollius.
El perro era un alquimista,
que cambió la química de su vida.
Se acercaba el Festival de Caninos
y Gracián preparaba a Crollius
para esta especial ocasión.
El can reposaba en el umbral,
dando la impresión de una nube
con la mirada atenta en su amo.
Crollius desarrolló un precioso andar,
mostrando con el paso esbelto,
su fina capa de seda plateada,
lista para la exposición.
Gracián guardaba consigo
fino aceite de argan
para abrillantar el pelaje del can,
quien con dominio de movimiento,
dócilmente se dejaba acariciar.
Era este paso doble que lo hacía tan especial,
levantando cada pata con elegante ademán
y luego curvaba la espalda,
como una espiga de trigo en el viento de otoño.
Era fascinante verlo avanzar,
con la mirada fija en su amo,
como si escribiera en el viento
con filamento de plata.
Crollius era entretenimiento de todo espectador,
quien con su leve andar
avanzaba con histrionismo
dueño de si mismo y del lugar.
El juez no pudo, sino aplaudir sin respirar
la seguridad y el gran actuar
lo llevó a ganar
la medalla y todo galardón.
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