Wari siguió cavando en la oscuridad, temblando de frío. Sus manos entumecidas seguían agazapadas en las piedras, jalando cuanto encontraba: tierra, peñascos, todo cuanto cedía a su esfuerzo. La tierra estaba húmeda y fría al tacto. El sabía que iba en la dirección correcta, lo podía oler. El oro tiene un olor especial. La temperatura de la tierra le decía que estaba más cerca que nunca.
Se detuvo un momento y se sentó en el barro, no podía más. Sacó un trapo del bolsillo y se limpió la cara terrosa. “Creo que lo dejaré para mañana” se dijo Wari y descansó de espaldas sobre una roca lisa. Su respiración se hizo más pesada, había llegado bastante profundo ese día. Con dificultad se levantó y recogió la vela encendida y empezó su camino de regreso.
Casi en la salida del túnel, vió una sombra que se movía y oyó un sonido extraño. No se decidía si quedarse o seguir caminando, le temblaban las piernas y un aire muy frío entraba a la cueva. Sentía una presencia. De pronto, una inmensa ala lo cubrió con sus etéreas plumas y lo levantó en el aire, la luz de la vela que sostenía se desvaneció y se sintió por un momento cayendo por las piedras, rodando libremente. Wari no entendió lo que acababa de pasar, en un momento todo era negro y siniestro y luego estaba tirado en el suelo. Se levantó y partió a la carrera, dejó morral y lampa en el camino, solo sentía terror en la oscuridad, pero conocía el camino de regreso con los ojos cerrados. Temía que esa cosa le jalase los pies y sudaba como si recién hubiese salido del río. El viento con olor a matorrales silvestres y helado le susurraba hasta que llegó a la entrada de su casa.
Yanay, su mujer, salió a darle el encuentro con una manta para cubrirlo. Wari estaba temblando y no quiso hablar, entró callado a la casa y se sentó en su silla de paja. “Yanay, tengo hambre ¿qué me has preparado?” Ella lo miró tristemente, porque hacía tiempo que Wari no le hacía caso, y le trajo un trozo de tocino y ollucos calientes. Wari comió y se tumbó en la estera y se tapó con una tosca frazada. El frío se le colaba entre los huecos pero sobretodo el miedo le arrebató la paz esa noche. Pensando eso, Wari se quedó dormido, dando sobresaltos en la noche, soñando con la sombra que lo atacó.
Yanay se levantó muy temprano, limpió unas papas que había cosechado, y cocinó una pachamanca con carne de cerdo que le regalaron en el pueblo. Quería sorprender a Wari que había estado muy intranquilo últimamente, trabajando incansablemente. Se había perfumado con aguas de flores andinas y se había recogido la trenza en un moño, con una cinta sedosa amarilla. Colocó un manto multicolor recogido entre mullidos cojines de lana, donde sentó a Qhari, su hijo de dos años. Le dió un pedazo de camote para que vaya mordisqueando, mientras ella se detenía a darle los últimos sazones a la pachamanca.
Todo estaba listo para la sorpresa, pero "un momento, me olvidé de pelar el maíz” se dijo Yanay y se fue a traerlo del otro lado de la casa.
Qhari, arropado con su chuyo rojo y pantalones marrones, se puso de pie y comenzó a dar pasitos: “mama”, la llamaba, y siguió caminando con su camote en la mano.
La dulce Yanay regresó con un puñado de choclos pelados en las manos y los metió en la pachamanca, los cubrió bien con las piedras y lo selló. “Estará ahí por unas horas” pensó Yanay, y se dirigió a la casa para abrigarse y tomar algo caliente. De pronto se acordó que había dejado a Qhari sentadito afuera en el manto y fué a buscarlo. Para su asombro, Qhari no estaba allí y Yanay giró su cabeza en todas direcciones con ojos despabilados buscando a su bebé. Buscando, buscando, distinguió algo que se movía detrás de unas piedras y una cabeza de lana - “¡Shaya!, ¡Shaya!” llamó Yanay. Qhari había encontrado a Shaya, la vicuña, y estaba jugando animadamente con ella, jalando la soga que la amarraba, riéndose en cada intento. Yanay dió un respiro y fue corriendo a rescatar a Qhari. Buen susto se había pegado.
Qhari era un niño despierto, cada vez que podía se iba a jugar con Shaya, y ella a su vez lo cuidaba para que no andara muy lejos en su tierna edad. Yanay tenía adoración por su hijo, le dedicaba tiernamente todo su tiempo, era su alegría.
Wari no tenía casi tiempo, pues andaba muy preocupado por sus negocios, y muy atareado con sus descubrimientos en la excavación secreta. Wari durmió pesadamente durante toda la mañana, luego que se habían calmado sus pesadillas, y decidió entregarse más horas al sueño. Remoloneó un buen rato en la estera y se estiró con un gran bostezo. Se levantó y miró alrededor, ahí venía Qhari sonriendo, con los bracitos en alto para que lo cargue. “Apa, Apa” vino Qhari, dando sus pininos. Wari lo miró, le hizo una cosquilla rápida en la cabeza y siguió su camino. Qhari lo seguía llorando, porque quería que lo alze en brazos. “Qhari, Qhari, apa está muy ocupado, será más tarde ¿sí?” y diciendo esto salió al patio, percibiendo el más agradable aroma a pachamanca. Tomó un plato sin esperar a nadie y se sirvió un buen banquete. Yanay vino con Qhari en brazos y se sentaron juntos a disfrutar la sabrosa comida. “Ay mujer, tu sí que me conoces, esta noche espérame despierta porque te traeré una sorpresa”. Yanay lo miró con una sonrisa tímida y puso su cabeza en el hombro de Wari. “Todo lo que tú me traigas amor mío, es felicidad para mí”.
Absorto en su pensamiento, Wari se paró y se despidió de Yanay con un ademán. El pequeño Qhari lo miró y le sonrió - “¡Aba, Aba!” haciéndole adiós con la manito. Wari tomó sus zapatos de cuero grueso y se encaminó a sus excavaciones misteriosas. El tenía un mapa que le había dado su abuelo, donde aparecían las venas de oro en su territorio. Era un tanto confuso, pero los había estudiado detenidamente, haciendo todo clase de cálculos y ésta vez lo lograría.
Se acercó al lugar un poco titubeando, pues se acordaba de la noche anterior y el terror que sintió. Tenía que ser valiente y seguir adelante, seguramente fue parte de su imaginación, pensaba. Encontró su pala y su morral polvoriento por la entrada, pero también encontró extrañas huellas, y una pluma negra muy grande.
Entrando en el túnel que estaba cavando, fue avanzando lentamente. Sus rodillas estaban acostumbrándose a esa aspereza, y sus pulmones al lugar cerrado, oscuro. Cuando tenía angustia, salía fuera y respiraba aire puro. Tenía que encontrar ese oro a como dé lugar.
Cavó por largas horas, hasta que llegó a un punto que comenzó a sentir diferente textura y sonido con cada golpe. Comenzó a ver un brillo diferente. Sus manos buscaron ansiosamente por el nuevo elemento y saliendo rápidamente del túnel lo puso a la luz. La piedra tenía un brillo embelesador, dorado rojizo, como el sol cuando se esconde, con realeza y esplendor. Wari abrió los ojos muy grandes, estaba ante un gran hallazgo, su corazón comenzó a latir como un caballo a galope. “¡Este es mi día de suerte, si!” se dijo y dando media vuelta se encontró con el fantasma de la noche anterior “¡Kuntur, no, Kuntur!” sintió un vacío en el pecho y cayó desmayado. Su abuela le había contado una historia cuando era pequeño, sobre Kuntur, un cóndor negro que se asomaba en las noches para asustar a los niños que se portaban mal. Y Wari en su desvaríos se acordó de la historia y se apabulló del susto, hasta quedar inconsciente en el suelo.
En la casa, Yanay con sus tejidos y quehaceres, cantaba una canción que su madre le enseñó. Esperaba ansiosa el regreso de Wari. Con sus manos ágiles, hilaba fibra color perla, obtenida del pecho de Shaya, su vicuña, una fibra fina, de mucho valor. Planeaba tejer un ponchito a Qhari, para que lo abrigase del crudo invierno. Las montañas de los andes son muy frías. Qhari estaba creciendo como su papá, fuerte y guapo. Estaba jugando con unas bolas de hilo, era un niño feliz. Yanay esperaba a Wari con un mate caliente. Ella era una mujer romántica, siempre tenía algo preparado para él, pero a veces él parecía estar ausente, ensimismado en sus ideas sin hacer caso de ella.
Wari llegó acongojado a la casa, tenía una mirada sombría que Yanay no lograba entender. Se fué a su estera sin comer ni beber y se quedó dormido al instante. Yanay se quedó pensando qué la habría pasado que se veía tan apesadumbrado y exhausto.
Pasaron unos días y todo parecía normal. Yanay había estado recolectando unas flores para alegrar la mesa de piedra rústica donde se sentaban a diario. De pronto apareció corriendo la vicuña Shaya con elocuentes ojos abismados de espanto. Yanay, conociendo a Shaya, sabía que algo grave pasaba y se sintió embargada por la angustia. Salió corriendo al instante en dirección a la casa. La camita de Qhari estaba vacía. Yanay sintió un vacío en el estómago y girando vió venir a Wari trayendo un gran cargamento de piedras y decía: ¡Yanay, somos ricos! - pero Yanay no podía escuchar, sus oídos estaban pasmados de preocupación. Y cuando se disponía a salir de nuevo, apareció una gran imagen oscura de grandes alas, y con una voz grave dijo: "Soy Kuntur, el guardián de las minas de este territorio, los metales preciosos que han encontrado son sagrados y no deberán tocarse sin mi aprobación. Tengo a Qhari bajo mi poder y no lo regresaré a ustedes a menos que cierren la mina". Yanay se quedó sin habla, aterrorizada sólo de pensar cómo se sentiría su pequeño Qhari. Entretanto Wari, empuñó su pala y la zarandeó en el aire gritando: "¡qué te has creído para venir a mandarnos qué hacer, no te tengo miedo, no podrás detenerme, ese oro es mío y a mi hijo lo rescataré!", Con mirada grotesca y respiración agitada. Wari estaba desesperado, el oro lo había enajenado, había perdido todo instinto de preservación.
Kuntur se desvaneció en la oscuridad, dejando una humedad pegajosa en el ambiente. Buscaron por todos los rincones y Qhari no estaba, había desaparecido por completo sin dejar la más pequeña señal o indicio de su paradero. Lo único que encontraron en el suelo polvoriento, fue una gran decrépita pluma negra y su chuyo rojo empolvado.
Yanay no encontraba consuelo, su pequeño Qhari había dejado un gran vacío en su alma, recordaba sus ojos de almendra y su tierna sonrisa. Sus manitos moviéndose en el aire y su voz infantil se repetía en su memoria. Yanay se paró firme en y decidió no darse por vencida. Su corazón se convirtió en el pedestal de su hijo Qhari. Se arrodilló en actitud de súplica y le pidió a Dios con todo su corazón que le devolviese a su hijo querido. Yanay sintió que no todo estaba perdido, que era cuestión de paciencia y seguir adelante. Y cogiendo sus palitos y la fibra que acababa de hilar, comenzó a tejer un ponchito para Qhari en el silencio de su corazón, esperando que volviera a ella. Estaba devastada y era lo único que la mantenía en equilibrio, a veces sollozando hasta quedarse dormida y volvía a empezar al rato, rogando en cada punto.
En su desesperación, Wari se armó de toda clase de sogas, picos y provisiones para salir en busca de Qhari, en compañía de Shaya, la ágil vicuña. Subió colinas y cruzó ríos toda la noche. En su camino se cruzó con coyotes y peligrosas serpientes y Wari, en su brutal coraje, los descuajeringó en un instante para seguir su implacable búsqueda.
Cuando estaban por bajar de un acantilado, Shaya se detuvo y se dirigió a una roca saliente cubierta de ramas y lodo, lo que parecía un nido de cóndor. Había escuchado con su fino oído, el débil llanto de un niño. Wari se apresuró a trepar la gran roca y cuál fue su sorpresa, los ojos más dulces que jamás había visto, lo estaban mirando. Era Qhari, con su cara embadurnada en barro y con algunos rasguños, envuelto en pajas. Con mucha ansiedad, Wari alargó los brazos y cargó a Qhari para ponerlo a salvo, fuera del alcance de Kuntur. Lo arropó con su poncho para protegerlo del intenso frío de la noche.
Wari regresó triunfante de su búsqueda, trayendo a Qhari en sus brazos. Shaya venía por su lado, dando pequeños saltitos de alegría, tocando a Qhari con la punta de su nariz y volviendo a saltar a su lado. Yanay salió a su encuentro y corrió a besar la carita enlodada, limpiando sus ojitos soñadores. Su hijo había vuelto a casa y su alma al cuerpo, ya podía por fin respirar tranquila. Pero algo le decía que el peligro no había desaparecido por completo. Sentía una presencia tenebrosa que no la dejaba. Así pasaron la noche en paz, juntos, abrazados todos, buscando alivio a su ansiedad.
A la mañana siguiente, Wari se levantó muy temprano, y viendo que ya todo había pasado y su hijo estaba de nuevo en casa, se dirigió a sus quehaceres en la mina. Nadie iba a detener su empresa codiciada y se impuso una férrea ingeniería para extraer la mayor cantidad de oro posible.
Kuntur, el supuesto demonio de los andes, lo observaba desde su escondrijo, cavilando su siguiente acción. Tenía que haber alguna manera de darle una lección a tamaña terquedad. Tenía que enseñarle la lección que hasta ahora había mantenido oculta. Kuntur no era un personaje oscuro de malignas intenciones, Kuntur era un defensor de los débiles y ponía justicia donde no la había. El había sido enviado para dar a Wari una lección de paciencia y bondad. Ya que Wari se había dejado llevar por la codicia y había abandonado a su familia por las riquezas, habiendo perdido dominio de sí mismo y dejado de lado sus valores. Pareciera que la desaparición de Qhari no había sido suficiente reprimenda, pensó Kuntur. Wari necesita otra lección.
Sentada en un tapete, Yanay acariciaba la frágil cabecita de Qhari, y le cantaba una melodía andina. Conocía a Wari y sabía que estaría toda la noche cavando, buscando su preciado metal, y cabeceando en su canto, se quedó dormida, protegiendo con su cuerpo al pequeño Qhari.
Al amanecer, la despertó un estrepitoso ruido. Era Wari que venía empujando una carreta con rústicas ruedas de madera, portando una pila de piedras doradas. Venía con una sonrisa histérica, luego de haber estado toda la noche en el túnel. Sudoroso y lánguido se quedó tirado en el suelo.
Era una tibia mañana en la montaña, el sol salía y se podía oler el pasto húmedo y los gallos con su canto matutino. Yanay se levantó, contemplando a Qhari que seguía dormido. Dejó a Wari que siguiera dormido en donde estaba y lo cubrió con una manta, mientras él roncaba sonoramente luego de la larga jornada nocturna. Yanay lo quería mucho, pero Wari los tenía abandonados por su codiciada empresa en el túnel.
Saliendo por la pendiente de la colina, Yanay se dirigió con Qhari al río al pie de la colina y se refrescaron y gozaron chapoteando. Lavó un poco de ropa con el jabón natural de la montaña y la colgó en unos arbustos para que secara con el sol del mediodía. A la mitad de la mañana, Yanay se quedó dormida en el verdor del pasto tibio, y de pronto unas alas grandes sobrevolaron inadvertidamente su cuerpo inconsciente. Qhari observó la etérea criatura con ojos curiosos, y dando pasitos infantiles, la siguió en su lento vuelo. Para ese entonces, Wari y Yanay estaban completamente dormidos, abandonados a un plácido sueño, mientras Kuntur guiaba a Qhari a un lugar apartado. Sus pasitos torpes lo condujeron a la entrada del túnel de la mina. Luego, guiado por su curiosidad, Qhari se metió en la oscuridad y se internó en la profunda cavidad.
Luego de un tiempo, Yanay despertó del sueño y miró a su derredor, perpleja de no ver a su pequeño hijo. "¡Qhari, Qhari! hijo, ¡¿donde te has metido?!" y se levantó instintivamente ante la ausencia del niño. Corrió al río pensando que se lo había llevado la corriente, y al ver las huellas de sus pasitos yendo en sentido contrario, subió la loma entre saltos y tropezando con las rocas, respirando dificultosamente por la angustia. Llegó a la casa y Wari se encontraba dormido, tal cual lo había dejado más temprano. Saltó por encima de él, salió por la otra puerta y se dirigió al túnel, siguiendo las pequeñas huellas en el barro.
Entró a la mina y tanteando en la oscuridad, golpeando las paredes, percibió un leve eco del llanto sobrecogedor de Qhari. "¡hijo, aquí estoy, no temas!" y avanzando a duras penas, de pronto se dejó escuchar el tronar de las paredes y comenzó a caer tierra de la parte superior. Y mientras Yanay abrazaba a Qhari, las piedras se vinieron abajo y el túnel cedió sepultando a los dos cuerpos en su interior.
Wari escuchó el estruendo del derrumbe y salió a toda prisa pensando en su mina, sin imaginarse que su familia se había quedado atrapada bajo los escombros. Llegó al pie de la entrada, todavía con nubes de polvo y se quedó perplejo. De pronto, le dió un salto el corazón cuando escuchó una lejana voz quejándose en la profundidad del derrumbe. Wari se quedó inmóvil por un momento, sin recapacitar por un instante. En un momento lo había perdido todo, mina y familia. Se preguntaba "¿qué es la vida sin familia, sin amor? ¿en qué he estado pensando todo este tiempo?" y en esa sensación terrible, pasaron por su mente todos los momentos felices que había pasado con su mujer y su hijo, y que no le había dado importancia.
En ese instante pasaron por su lado unas alas que abanicaron tibiamente su cuerpo, que estaba helado de suspenso. Era Kuntur en su majestuosa presencia, quien lucía ahora más dorado que el mismo sol, abriendo sus inmensas alas. Mostrándose poderoso y protector, se veía como un ángel del bien, dejando sentir esperanza en el corazón de Wari. En un instinto de conservación familiar, que le volvió al alma, Wari le rogó que lo ayudara a salvar a su familia. Se sentía devastado.
Kuntur se dirigió a Wari: "No pierdas la fé Wari, tu familia será salvada y estará bien, pero tienes que hacer una promesa. Te dedicarás por completo a tu familia por tres años consecutivos, con caridad y atención. Les darás tres preciosos años pacientemente y durante esos años, no trabajarás en la mina ni te acercarás a ella. Haciendo esto, ganarás el privilegio a enriquecerte materialmente, pero siempre con templanza y disciplina. No te dejarás llevar por la codicia y nunca más abandonarás a tu familia por el oro."
Wari dió un respiro y arrepentido entendió sus errores. Cuando volvió la mirada, todos los vecinos del lugar, venían a su encuentro alarmados por el sonoro derrumbe. Su túnel ya no era secreto, y les contó que su familia se hallaba atrapada en el interior. Todos, uno a uno, sacaron piedra por piedra cuidadosamente, y en un santiamén Yanay y Qhari fueron liberados por las bondadosas manos amigas.
Wari fue a su encuentro con lágrimas en los ojos e hizo su promesa solemne de cuidarlos y amarlos. Prometió también compartir la mina y dar trabajo a sus vecinos para el progreso de la comunidad y bienestar de todos.
A partir de entonces, Wari gozó de su tiempo familiar, y vio crecer a Qhari a quién le enseñó los oficios pertinentes con amor de padre. Yanay tuvo una hija a quien le puso por nombre Chaska, que significaba esplendor.
Kuntur volvió luego de un tiempo, sobrevolando la comarca con sus grandes alas doradas y ese fue su último vuelo en el lugar. La justicia había quedado nuevamente restaurada.
Wari utilizó la riqueza ganada en la mina para comprar ganado y semillas, con lo cual se convirtieron en una granja próspera. En adelante gozaron de una paz y alegría familiar que permaneció con ellos.
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