miércoles, 15 de marzo de 2017

Desde mi corazón te lanzo,
con palabras de inofensiva algarabía,
que a rabietas a veces andas,
y así te quiero, siempre incierta.

Yo tu fortaleza, voy contigo,
Yo tu fuerza, me impongo,
Yo tu ternura contigo ando,
Yo soy quien contigo madruga.

No vayas tan deprisa,
ves, con mi palabra no puedes,
quieres crear pero eres mía,
sólo repites lo que tu corazón palpita.

Hoy entendiste lo que te dije,
lo sentiste salir del corazón,
lo dejaste fluir y lo dijiste,
así de simple salió y floreció.

Escribe este eco que resuena,
así te quiero, menuda y manca,
así te quiero, llena de meollos y llana,
no ves nada, bajo el velo andas.

Te amedrentas con tus propios rollos,
te desmiento y así te dejo,
luego me callo, luego te digo,
y lo que escuchas, así lo lanzas.

Soy ámbar, soy duda, soy cierto y verdad,
soy la penumbra de tu sentir,
que si no me imploras, no lo tengo por hecho, 
ni lo que digo, ni lo que callo.

Ayer eras mía en el abismo,
hoy me callo, me trago a mi mismo,
no soy como crees, soy el que soy,
cuando me veas, veras quien soy.

lunes, 27 de febrero de 2017

La Sirena Perdida


Paula se acercó a la orilla y deslizando su pie suavemente tocó el agua. De un salto pasó la ola y se sumergió en el mar. Su cuerpo desprendía un suave brillo turquesa, dejando una estela etérea a su paso.
Dejó la orilla y la costa lejos. Siguió nadando mar adentro y se sumergió en las profundidades del océano. Buscaba algún indicio de su familia perdida. Llevaba con ella la medalla que su madre le dio, con una escama en el interior. Posiblemente estarían capturados en algún barco pirata ó en los mares del este donde viven los seres nocturnos.
Paula se dirigió a las profundidades, donde están los barcos hundidos. Entrando por puertas y saliendo por ventanas, siguiendo así su búsqueda implacable.
Llegaban a ella las ondas marinas y los sonidos distantes. Podía distinguir entre un delfín y un tiburón. Todas criaturas conocidas y amigables en su presencia. Paula tenía conocimiento de los siete mares, viajando con las corrientes que la llevaban a gran velocidad. Conocía los bancos de ostras marinas, donde encontraba extraordinarias perlas jamás vistas.
Toda su vida había sido una aventura tras otra, pero el último año había sido muy diferente. Juan había aparecido en su vida, de una manera muy simple pero suficiente para cambiar su vida entera. Cuando se topó con un anzuelo que casi le arranca las escamas y luego el joven cayó al agua y un remolino que lo arrastró mar adentro. Paula lo salvó, pero se quedó prendada del joven, quien la llevó a tierra para vivir una gran experiencia, diferente a todo lo que ella estaba acostumbrada. Paula y Juan pasaron unos días inolvidables, intercambiando toda clase de historias y hasta se juraron amor eterno. Pero Juan ahora la había olvidado y abandonado, desde que se enteró que ella no era igual que él. Se horrorizó al ver sus escamas y la dejó. No había manera de recuperarlo. 
Paula había regresado al mar desconsolada, sola y atemorizada, sin poder encontrar a su familia. Dándola por desaparecida, quizá hasta habían migrado a otra parte del mundo. Fue en su busca; por el mar mediterráneo; por las costas de Italia y Marruecos; y por las costas de Francia y el pequeño principado de Mónaco. 
Fué en Mónaco donde se detuvo a admirar los preciosos palacios y magníficos jardines. En este pequeño paraíso, Paula decidió descansar por unos días para seguir su búsqueda más tarde. 
Salió del mar, tomando la forma de una bella joven, con cabellos rojizos y ojos verdes, vistiendo un delicado vestido de escamas que asombró a más de un bañista. 
Un joven residente del lugar, gran nadador y asiduo bañista, la vio aparecer en la orilla tan esbelta y radiante que la invitó a tomar un café. El joven, a pesar de su timidez, no pudo menos que tomarla del brazo y ayudarla a caminar en la arena, donde se hundían sus tacos, así que la cargó en brazos y la llevó arriba de las escalinatas donde la posó en tierra. “Señorita, es un placer conocerla, permítame presentarme. Soy Oscar di Mare y estoy a sus órdenes”. Paula lo miró gratamente sorprendida por tanta caballerosidad y haciendo una pequeña venia se presentó, con temblor en su voz, como Paula Altramonde. Oscar y Paula se sentaron en unas pequeñas sillas en el balcón de un restaurante, desde donde se podía ver la vasta extensión del mar mediterráneo. Sostuvieron una pequeña charla donde entre sonrisas tímidas e intercambio de palabras, lograron tal empatía que establecieron una grata amistad. De pronto sentían que se conocían de siempre. 
Oscar, dándose cuenta que Paula se encontraba un tanto desorientada, le ofreció hospedaje en la casa de su tía. Después de un almuerzo exquisito en la playa, se dirigieron en su auto. Luego de muchas curvas, subidas y bajadas, llegaron a la casa de su tía que más bien era un palacio. Este estaba en medio de un espléndido jardín con una gran pileta en medio. La tía de Oscar resultó ser una señora de trato muy agradable y delicado, quien recibió a Paula con gusto. “¡Querida, no sabes en qué buenas manos has caído! ¡Oscar es un muchacho fabuloso, de mucho porte y talento!. Tubo una relación que lo había dejado descorazonado, pero ha mostrado contigo un gran entusiasmo que hace tiempo no veía. ¡Has llegado a muy buena hora! Dime, y ¿donde está tu familia? ¿Vives cerca de aquí?”. 
Paula se quedó callada un momento sin saber que decir. No quería mentir pero tampoco quería decir la estrambótica verdad que pertenecía a una familia de sirenas. Así que rogando por una idea certera, dijo que sus padres eran de las costas Cantábricas y que la habían enviado a estudiar a Francia, ya que ellos usualmente visitaban esas costas. Así, Isabel, la tía de Oscar, la aceptó cordialmente en su casa.
En los días siguientes, Oscar, muy caballeroso, paseó y atendió a Paula, y lo ofreció amplias comodidades. Oscar gustaba de la música clásica y tocaba el piano magistralmente. Estudiaba en el conservatorio y pasaban veladas juntas, practicando el piano.
Paula había aprendido a tocar la flauta, con una pequeña flauta mágica que recobró de un barco, y cuando subía a las rocas a descansar, la tocaba esperando la puesta del sol. La música que salía de la flauta, encantaba el corazón de quien la escuchase, y este hombre se enamoraría de ella hasta la distancia de quinientas millas, luego, al irse más lejos, la olvidaría.
Paula comenzó a sentir una fuerte atracción hacia Oscar y temblaba ante su presencia. Oscar la miraba siempre tímidamente y con gran cortesía la atendía, pero no pasaba de una cordial amistad. 
Paula quiso romper esa barrera que los separaba, y aunque quería que todo fuera natural, no pudo soportar la tentación y sacó su pequeña flauta. Comenzó a soplar suavemente, creando una música casi divina, mientras Oscar tocaba el piano. Oscar sintió su corazón elevarse en las alturas del amor apasionado y la miró con los más dulces ojos y acercándose a ella, la besó largamente, con un beso lleno de pasión. Paula casi desmayó de emoción. Se miraron largamente y tomados de la mano, pactaron una relación formal.
Al poco tiempo, Oscar le ofreció matrimonio y le pidió a Paula ir a visitar a su padres para pedir su mano en matrimonio. Oscar no tenía padres, sólo su tía que lo quería como si fuera su hijo. Paula se encontraba en aprietos al no poder presentarle a sus padres y se pasó toda la noche pensando en la solución. Cuando amaneció, Paula le confesó parte de la verdad. Le dijo que no podía encontrar a sus padres, que habiéndola dado por desaparecida hacía años en un país lejano, se habían mudado y no habían dejado rastro de su paradero. Oscar prometió ayudarla a buscar a sus padres. El matrimonio fue una celebración pequeña, privada de la familia de Oscar y todos recibieron a Paula con los brazos abiertos, dispuestos a darle todo su cariño. Paula, en medio de toda esta nueva aventura en su vida, olvidó su pasado triste con Juan y comenzó una vida nueva en una mansión bellísima,  junto al hombre que amaba, en el principado de Mónaco. Llevó una vida acomodada, donde Oscar le ofreció todos los lujos a los que él mismo acostumbraba y la rodeó de todo su amor. 
Algunas noches, Paula sentía la urgencia de mojar su piel y no dejar secar sus escamas escondida, así que le dijo a Oscar que sentía gran deleite al sumergirse en el agua y nadar un rato en las noches en la pileta del jardín, lo cual Oscar lo tomó como un detalle único de su mujer, pero gracioso, y la dejó ir a bañarse sin darle importancia. Paula regresaba cada vez refrescada y alegre. Al meterse en el agua, las escamas afloraban y una vez más despidiendo ese brillo turquesa que hacía brillar la pileta de forma especial. 
Paula, en un estado de éxtasis, dejaba salir un canto único con su voz de sirena, pero tenía cuidado que no llegase a oídos de Oscar, quien que se encontraba en la habitación. 
Una noche, Oscar salió al balcón y vio a Paula salir de la pileta. Al verla tan bella, la miró más enamorado que nunca, pero con tristeza en el corazón. Oscar atesoraba en su corazón un secreto que no compartía con ella, y ahora atesoraba también ese amor con más fuerza. “Oh, Paula, si supieras quien soy”, se decía Oscar calladamente.
Al poco tiempo de casados Paula esperaba un hijo, y dio a luz un precioso varón. Paula estaba sorprendida y por alguna razón, Oscar también. “¿Cómo es posible que haya tenido un hijo con él si soy sirena?”, se decía. Y Oscar los miraba incrédulo y maravillado.
A los pocos meses le vino una gran depresión pensando: “No soporto la incertidumbre de no saber si Oscar realmente me ama, o es el hechizo de la flauta mágica.Tampoco soportaría ser rechazada si descubre que soy sirena. Necesito a mi familia, no puedo seguir así”.
Angustiada ante la idea, se dirigió a Oscar diciendo: “Cariño, me harías muy feliz si me llevases en el bote mar adentro, quizá la brisa marina me haga bien”. Ella tenía la intención oculta de despedirse y quedarse en el mar con los suyos. 
“Hubiera sido mejor decirle a Oscar la verdad desde el principio, porque ahora vivo sufriendo y en duda por mis propios errores. No soporto vivir así”. Pensó Paula, con la mirada triste.  
Ya en el bote, los dos en altamar, Paula tomó una decisión muy grande en su corazón y dijo: “Oscar, debo hacerte una confesión. Sabes cuanto te amo. Y ahora me duele mucho no haberte dicho la verdad antes, pero mi naturaleza no es igual a la tuya. Mi familia y yo venimos de las profundidades del océano, somos seres marinos. Soy una sirena. Tuve miedo que no me amaras si te lo decía y te lo he venido ocultando todos estos años. No me explico cómo salí encinta y tuve un hijo tuyo, pero te amo con todo mi corazón y estoy muy feliz que haya sucedido así. También debo confesarte que yo te hechizé con la música de una flauta mágica, para que te enamores de mí, o sea que nuestro amor no es real. Ahora, debo despedirme y volver al mar, porque como verás, no merezco tu amor”. Y diciendo esto, mostró sus escamas y se sentó en la orilla del bote. No tuvo el coraje de mirar a Oscar para decirle adiós, y suavemente se deslizó del bote. Con lágrimas que se mezclaron con el agua salada, volteó para ver una vez más a Oscar. Pero se quedó sorprendida al ver su cara...
Oscar, la estaba mirando con los ojos más dulces y serenos que ella jamás haya visto y con una bella sonrisa. Lleno de gozo exclamó: “¡Amor mío! ¡No sabes cuanta alegría me da que me digas esto, pues yo también debo hacerte una confesión!. Todo este tiempo yo te oculté quien soy”, y diciendo esto abrió los brazos y dijo: “Yo soy... El Príncipe de los Siete Mares!”. 
Al escuchar esto, Paula se quedó perpleja, y sus escamas comenzaron a brillar un turquesa etéreo en el agua.
Oscar prosiguió diciendo: “Pensé que creerías que era un loco. Mis padres sufrieron una tragedia y me dejaron en la costa cuando yo era niño. Mi tía me adoptó y me crió con mucho amor. Luego cuando crecí, un día en la playa mi madre se presentó y me dijo la verdad. Cuando te vi venir en la playa, te fui a buscar porque sentí una atracción sin igual, sin saber la razón. Me casé contigo con temor también, pero nuestro hijo ha sido un fruto de nuestro amor, somos iguales tú y yo. Y tu flauta mágica ... no me afectó porque soy como tú. Como entenderás, mi amor es verdadero y sin fin. ¡Yo te amo Paula!”. 
Y diciendo esto, de pronto escucharon cantos de muchas voces emergiendo de las aguas, en medio de resplandores turquesas. Todas las sirenas comenzaron a nadar alrededor del bote y en un bramido de las aguas, se formó una ola colosal que obedeciendo la órdenes de Oscar, delicadamente tomó el cuerpo frágil y débil de Paula y lo levantó de las aguas. Emanó una luz azulada etérea que rodeó a Paula. Oscar asumió el principado de los poderes marinos y presentó a su esposa Paula y su hijo a todas las criaturas marinas. 
Paula, en medio su asombro, vio salir de entre la multitud de criaturas a su familia largamente ausente, que en un gozo sin límites, se reunieron otra vez. 
Se iniciaba así, un nuevo capítulo en su vida. Cuando todo parecía estar  perdido y en la resignación definitiva en la que se encontraba, a la renovación completa de su vida, y más de lo que su imaginación hubiera podido llegar. Al tener el coraje de confesar la verdad, contra toda esperanza. 
Eventualmente regresaron a su casa a visitar a su tía. Luego hicieron grandes travesías en el mar, disfrutando de su Principado de los Siete Mares.

sábado, 7 de enero de 2017

El Gran Universo en el Pequeño Hipocampo



El gato se metió por la ventana, para recobrar el hipocampo del acuario de la tienda china, que había sido regalo del Fakir de la isla de Creta. Salieron a su encuentro tres salamandras que habían estado escondidas en el baúl, atacándolo con dentadas implacables. El gato logró robar el hipocampo y se lo llevó a su amo, Aníbal, en lo alto del faro. Este hipocampo había sido el motivo de muchos pleitos con su hermano Hugo, desde el día que dejaron el barco, regresando de su viaje a la isla. Allá habían conocido al fakir del anfiteatro, quién les había revelado el secreto de los hipocampos. Hugo, práctico y mundano, se mostró muy incrédulo, pero Aníbal en su mente imaginativa, decidió seguir indagando y practicando, completamente intrigado con el misterio. Hugo había desaparecido el hipocampo, tratando de salvar a su hermano, y se lo había vendido a un coleccionista de rarezas en el barrio chino de la localidad. Pero el gato de Aníbal, lo había seguido, descubriendo su paradero.

En el sótano del faro, Aníbal había estado toda la mañana trabajando en el trapiche para sacar sumo de azúcar y tener qué vender en el camino. Con esa plata tendría con qué comer. El gato lo acompañaba a todas partes, y llevaba en su cuello una botellita de agua con el hipocampo nadando en su interior.

No se podría decir que Hugo, dueño de un banco, estaba muy orgulloso de su hermano Aníbal, quien se paseaba por las calles como un lunático, sin rumbo alguno.
En las noches, Aníbal iba con una luz en la mano, buscando debajo del puente, los fascinantes hipocampos miniatura, que salían en sus paseos nocturnos en el borde del río. Luego los ponía en su botella y los sumaba a los demás en el acuario del faro.

Desde el faro, Aníbal podía divisar los barcos que se acercaban a la playa, pero también podía divisar los seres que flotaban en el cielo, en la fase beta, observando la ciudad. Muy a menudo, estos fatuos personajes, dictaban sus sentencias basadas en sus mentes siderales, venidas de lejanas nebulosas galácticas. Se presentaban con su acostumbrada intención de salvar el planeta, cambiando el clima con insistencia.

Hugo estaba sumamente preocupado por Aníbal, que siempre parecía caminar mirando al cielo, con sus pantalones de mezclilla, para presentarse en las altas oficinas del banco, mientras Hugo, metrosexual como siempre, se avergonzaba de su hermano, que visto a través de su lente mundano, parecía un vagabundo. Hugo, en su modo pesimista de siempre, interrogaba a Aníbal pesadamente por horas, llamándolo petiso, papagayo y cualquier nombre para pantalla ante sus amigos semidioses. Se podría decir que era muy selectivo con sus amigos, los escogía problemáticos y plañideros. Se sentaban con el revolver en la mano, dándole giros a rienda suelta, hasta que alguno de los ahí presentes terminaban con rigor mortis. La superficialidad de sus conversaciones eran repulsivas, unos con toscos ademanes de orangután y  otros con agresivo comportamiento de mandril. Se sentían majestuosos. 

Cuando se trataba de Aníbal, Hugo se parecía a un estetoscopio, lograba escuchar el sonido lejano de la verdad, pero no llegaba a asimilarla del todo, porque le faltaba una parte de ella, una parte básica y elemental. En el fondo sabía que Aníbal escondía una verdad absolutamente fenomenal, pero no llegaba a identificarla. Trataba de entenderlo desesperadamente. Pensaba tan frenéticamente acerca de su actitud, que sufría de hipoxia y se desmayaba para encontrarlo más tarde sin conocimiento, frente a la chimenea. El gato rosa, como si entendiera, lo guiaba cerca al calor cuando Hugo comenzaba a entrar en este trance de búsqueda mental, para que no vaya a caer en hipotermia en el frío de su escritorio.

El acuario con hipocampos le servía a Aníbal como centro de enfoque en sus viajes astrales al centro galáctico. Se había figurado la manera de viajar etéreamente por el extenso universo en forma de ente por medio de los filamentos a travez de los agujeros negros. Pasaba así a otros universos, viajaba por los centros de reunión de cada civilización. Con su incansable empatía, lograba hacer contacto con géneros de otro orden, llevando sus fábulas consigo, fabricadas en sus momentos de absoluta claridad mental. Su existencialismo lo llevaba a explorar y experimentar con la observación desde los faros, y luego haciendo contacto con los entes visitantes.
Hugo, en su absoluta ignorancia de los hechos, lo perseguía con insistencia, desde su saber mundano, sin ni siquiera poder imaginar los alcances de las conexiones de su hermano Aníbal.

Una tarde, Hugo decidió invitar a Aníbal a una copa, y le presentó unas bellezas de rizos y faldas cortas con labios rubí. Lo miraban como quien mira a un exiliado del mundo. Aníbal, con la mente totalmente clara, no les llamaba la atención. Ellas, con esa actitud de esclavitud al mundo banal, lo desvestían con la mirada. Aníbal, de porte esbelto y ojos gatunos sombreados por un mechón dorado que caía despreocupado, las miraba sin perturbarse. Ellas desmayaban junto a él, sin que él se inquiete lo más mínimo. Se sentaron los dos en esta mesa tornasolada por las luces del lugar en penumbra, rodeados por estas mujeres pueriles, que parecieran derretirse en el asiento. - Vamos, tómate este trago de un sorbo y dime lo que temes y lo que amas. Eres para mí un misterio, hermano.- le dijo Hugo. - Aquí las más hermosas mujeres del lugar, para que escojas. Luego piensa en lo buena que es la vida contigo. No vas a ningún lado con tu actitud desmesurada.- Aníbal siguió tomando su trago y se reclinó en el asiento. Se acercó al oído de Hugo y le dijo en secreto: - dame una oportunidad de credulidad en mi proyecto y verás la vida como realmente es, no como la ves en tu sueño imaginado -. Hugo se lanzó a él como un escorpión con el aguijón listo a eliminarlo, desesperado por la incógnita incomprensible, pero Aníbal se retiró del lugar sin mirar atrás y dejó pasar el momento, para otra futura ocasión.

Hugo siguió en su oficina, rellenando recuadros de papel con números que significaban su vida entera, mientras en el otro extremo, Aníbal tenía otra vida, vivía feliz, tan sólo mirando sus hipocampos acuáticos, con los que siguió viajando por los universos escondidos y visitando civilizaciones distantes. Realidades de sueños, y sueños de realidades.

martes, 20 de diciembre de 2016

Marisol y Las Semillas de Girasol

(Recorta a la muñeca Marisol y sus vestidos de papel)
"Marisol y las semillas de girasol"

Marisol fue al bosque, con su cabello revoltoso y bucles cayendo sobre sus hombros cual dulces pétalos, sonreía a su paso a todas las flores y pequeños animales que la miraban pasar. Hablaba con los pajarillos y escuchaba las historias que los árboles contaban esa mañana. La noche anterior había habido una gran tormenta y un huevo había caído de su nido. Todos comentaban sobre el huevo aquél, que ya debería estar naciendo un polluelo.
La bella y tierna Marisol, daba giros con su falda blanca de algodón y se detenía a cada instante para contemplar los caminos de los caracoles en sus tornasolados caparazones. Los caracoles se arrastraban por las hojas y las ramas del suelo. Lentos y elegantes iban dejando su huella brillante al pasar.
Las hormigas caminaban apuradas buscando con insistencia pedacitos de azúcar y restos de miel. Levantando cualquier cosita interesante que encontrasen por el camino. La reina sabionda fabricaba con finos brocados de estambres misteriosos, las jugosas celdas para las bebés recién nacidas. Acolchadas en sus nuevas camitas, llenaba de miel las celdas para alimentarlas con la más dulce colección de néctares del bosque. Calladitas dormían las nuevas crías, retoñitos amorosos de las madres atentas.
La pequeña Marisol veía todo y lo investigaba a fondo. ¿Tenemos nuevas hormiguitas hoy? ¿Que están buscando las traviesas? Les ponía un poquito de azúcar para entretenerlas y ayudarlas a juntar sus reservas.
Marisol hablaba con los pequeños gusanillos que asomaban en el gras, pequeñas cabecitas que se movían, iban y venían comiendo tierra al andar. Cuanta sabia naturaleza la rodeaba, cada animalito en su casita o trabajando en algo diligente. Así se paseaba por el jardín de su abuelita, recogiendo cerezas del cerezo de la esquina. Gozando de cada detalle casi invisible pero lleno de perfección.
Eres para mí y yo soy para tí. Somos todos amiguitos y todos nos ayudamos y observamos. Nos asustamos los unos de los otros también. Y si las cosas no van muy bien, nos retiramos para darle paz al otro. Y si nos toca ser el almuerzo de alguien, peleamos, pero que se hará, volvemos a la tierra y volveremos a nacer. Otra carita cada día, otro color y textura. La naturaleza hace sus combinaciones sabias, cada elemento a su destino, cada señal en la dirección adecuada. Si no hay ese elemento, lo crea. Si algo resulta fuera de foco, lo cambia y renueva otro. La naturaleza va y viene siempre, creando y recreando.

Avanza el agua en su dirección con fuerza, con los vientos y las ondas lunares que la empujan. La gravedad que la lanza de las alturas por los ríos hasta el océano. Agua que en vaporosas andanzas avanza en el calor hasta el cielo, para volver a caer en diminutas esferas, splash, splash. Cristal en movimiento, cristal atraído por la gravedad imponente. Atrae a sí, atrae a su centro todo lo que puede. Agujero negro que se traga todo lo que puede y nos mantiene pegados a la superficie, que nos separa de él, con todo lo que somos y lo que tenemos. Gravedad sin misericordia, egoísta como ella sola. Todo para mí, todo para mí. Espíritu sin compasión ni paciencia.

Marisol comió una semilla de girasol encantada y corrió por los campos, sintiendo la energía correr por sus miembros y comenzó a girar en aspas de molinos. Por un momento creyó engañar a la gravedad y jugar con ella. Redondas aspas, con sus manos y pies estirados, señalando el cielo y la tierra, el cielo y la tierra, aspas y más aspas de molinos.

¡Mira! El sol brilla tanto hoy que las flores que están de par en par mirándolo. Las hojas abiertas, recibiendo todo su esplendor ¡en una fotosíntesis perfecta! Tantos círculos dio Marisol que comenzó a hacerse pequeña y terminó en la cumbre de una colina de semillas negras. ¡Estaba en el centro de un girasol! ¡Esta tierra es maravillosa! ¿Cómo estas girasol? ¡Mira, vengo a visitarte! Tus semillas estrambóticas me están sosteniendo, fuertes y rechonchas.

¡Viene el ruiseñor ahora, Buenos días señor ruiseñor! ¿Me llevará de paseo hoy? Mire que aquí estoy esperando a subirme en su lomo para dar ese gran paseo por los bellos jardines del vecindario. El ruiseñor con un elegante gesto, bajó su cabeza y estiró el ala, a modo de alfombra para que la pequeña Marisol suba a su lomo. Y bien prendida de las plumas, emprendió el gran viaje por los aires del barrio.

Mira mi dulce Marisol, aqui te paseo con gran cuidado ¡por las alturas del vecindario amigo! Dijo el pequeño ruiseñor. Y batiendo sus alas con mucho cuidado de no dejar caer a la pequeña Marisol, dio volteretas, aterrizando suavemente en uno de los cercos vecinos.

El gato Agapeo se acercó a darle los buenos días a la pequeña Marisol, con un tierno ronroneo. Miren quién nos viene a visitar esta mañana. Le cuento que nuestro vecindario es el mejor de la ciudad, tenemos los más gentiles amos que hayamos podido desear. Nos preparan los mejores rincones con los más mullidos cojines. Nos llenan los platos de los más exquisitos manjares y acarician nuestro pelaje, dedicando toda su atención y su tiempo, haciéndonos sentir como reyes.

Como demostración de aprecio, pequeña Marisol, te enseñaré un escondite que las mascotas del barrio hemos hecho para proteger a la más preciosa cría de venado que haya cruzado el lugar. Lo tenemos en una pequeña cueva detrás de la fuente de agua.

Y así el gato llevó en su lomo a la niña, quien con mucha alegría viajó al lugar escondido en el lomo de este hermoso felino. Era como viajar en una alfombra muy suave y tibia.

Al llegar a al cueva, Marisol comió una semilla mágica de girasol que había guardado, que la hizo crecer otra vez al tamaño normal. Y conversando con los gatos y pajarillos del lugar, le presentaron al más dulce cervatillo que se haya podido imaginar. El cervatillo a su vez, la miró con ojos grandes y tiernos, sintiéndose protegido por Marisol y los animales que lo rodeaban.

La pequeña Marisol consiguió lo necesario para alimentarlo y le dió leche con un biberón. El cervatillo se convirtió en su tesoro escondido. Gozaba en ir cada día a darle de comer y acariciarlo. Hasta que llegó el día en que el joven venado se levantó y en medio del adiós de todos los que lo rodeaban, partió a la carrera y se escondió en el bosque.

Todos lo despidieron con cierta melancolía pero se sintieron orgullosos de haberlo ayudado a sobrevivir y luego verlo partir sano y seguro de sí mismo para ser independiente.

Marisol, en su pequeño mundo, se sentía muy feliz de compartir su vida con los seres de la naturaleza, quienes le demostraban confianza y la aceptaban cada día como su familia. Y así pasó un día más en su vida extraordinaria, que la naturaleza le daba con bondad y en abundancia.

Josefina en el País de las Máscaras



La estación del tren la esperaba, Josefina daba los últimos abrazos de despedida. Había sido una visita inolvidable, el comienzo de una primavera sin igual. Sabía que esa no sería la última vez que pisaba ese país, alguien había robado su corazón para siempre.


Dias antes se había paseado por las fascinantes ciudades italianas acompañada de su amiga Rosella, con quien tomada del brazo caminó la calle empedrada, mirando las vitrinas con los mejores cortes italianos, pero sobre todo, pasando al lado de los italianos más guapos y elegantes. No olvidará las dulces canciones italianas que la acompañaron todo el viaje, con sus pegajosos estribillos que salían de los acogedores restaurantes, adornados con alegres cortinas rayadas.


El paseo por los inmensos jardines románticos de Boboli, con sus arbustos y enredaderas encaramadas en los frondosos arcos, de aroma embriagador fue un verdadero placer. Mientras Josefina se asomaba entre las estatuas griegas, rodeando los pies de mármol para que Rosella le tome una foto, vieron las dos pasar de lejos al guapísimo príncipe Giuseppe, seguido de su corte. Las dos suspiraron y soñaron en bailar algún día con él.


Las dos se pasearon por Venecia en góndolas, luego caminaron por los angostos pasajes de la ciudad, con pequeñas ventanas en lo alto de los muros, cubiertos de musgo y carcomidos por la antigüedad. Vestidas con románticos faldones y blusas de encaje, caminaron hasta encontrar un taller de esculturas de vidrio y se detuvieron a contemplar. Los artesanos trabajaban el vidrio y lo inflaban con tubos especiales. Lo calentaban en el horno chispeante, luego rodando y martillando los cristales de colores, los mezclaban para crear con la luz, una ilusión de movimiento con líneas circulares multicolor. Luego formaban las botellas, bajando el vidrio derretido en forma de gota y allanando el fondo.


Con ojos soñadores, Josefina contemplaba el trabajo en vidrio, cuando de pronto vio una cara a través de la vitrina que la miraba con ojos penetrantes. Un rostro muy fino, la miraba discretamente a través de los cristales. Josefina se sintió transportada con la mirada. De pronto, en un instante, se detuvo la magia, la cara desapareció y Rosella la tomó de la mano riéndose y la jaló hacia una góndola donde las esperaba un gondolero.


- ¡La búsqueda del tesoro! ¡Nos hemos inscrito en la búsqueda del tesoro en Venecia! Josefa, pensando todavía en los ojos que la habían mirado intensamente, avanzó confundida y siguió a Rosella en sus zapatitos de terciopelo. Bajó por las escalinatas del bote, rodeándose de almohadones bordados con aves del paraíso, sobre los asientos adornados con máscaras de yeso emplumadas. Las dos emprendieron la búsqueda del tesoro veneciano por los canales, entre otros concursantes del lugar. Josefa no podía dejar de pensar en el joven que la miró en la tienda, sentía que tenía que verlo otra vez.


Rosella, entusiasmada con la búsqueda del tesoro, guiaba al gondolero con las señales que iba encontrando, pues no quedaba mucho tiempo. Encontraron una pista en el puente, un mimo hacía la mímica de saber el secreto y les hizo señales, Josefina lo miró y creyó entender la señal: - Rosella, vayamos en la siguiente esquina a la derecha, según el mimo, es el escondite - Rosella le guiñó el ojo y le dio la señal al gondolero.


El gondolero remaba serenamente, con mano firme batía el remo, ondeaba el agua oscura a su paso, avanzando el bote suavemente. Rodeó el borde de la góndola con la mirada y las miró de reojo sobre el hombro. Súbitamente giró en la esquina y todo se tornó oscuro y tenebroso. Se escuchaba un tintineo en el extremo de la embarcación. La máscara de yeso perfilaba su forma contra la luz del horizonte a través del estrecho canal que se fue angostando más y más, con oscuros escalones resbaladizos sumergidos en el agua. Todo calló, las melodías alegres quedaron atrás.


- Señoritas, este es su destino - dijo quedamente el gondolero. Se quitó el sombrero y extendió la capa azabache. Se dio la vuelta mostrando su máscara blanca y las miró con sus ojos brillantes a través de las rendijas. Les tendió la mano y se abrió una puerta en la penumbra del edificio. Salió un misterioso personaje con sombrero rojo. Detrás de él una enmascarada azul asomó, y una pequeña varita iluminada apareció. Sorpresivamente, retumbaron tambores y trompetas, se iluminó la puerta con radiantes colores y confeti brillante salía por puertas y ventanas. Emergieron en el agua toda clase de lámparas de luces multicolores, descendieron un millar de globos blancos de lo alto. De pronto una voz resonó: - ¡Han encontrado el lugar del tesoro, bellas venecianas, su corona y tesoro las esperan!


Josefina y Rosella no podían recuperarse de la impresión, la siniestra callejuela que las tenía en un momento acorraladas con sombras y grotescas figuras, ¡vino a ser la celebración de la victoria! Rosella y Josefina bailaban entre los cojines y alforjas de la góndola, saltando y riendo.


Ayudadas por el gondolero, que se transformó en un galán y esbelto caballero, subieron los pintorescos peldaños y entraron por la pequeña entrada a la mansión. Las esperaban doncellas con preciosos vestidos vieneses de organdí y fragancias de almendras y jazmín, para vestirlas de fiesta, cual elegantes damas reales. Pasaron por velos y baúles, hasta llegar a un gran salón, donde bailaban arlequines y damiselas al son del allegro del clarín. Una gran banda musical celebraba con algarabía su entrada triunfal.


Coronadas de azucenas y claveles, se sentaron junto a la bellísima reina de la primavera, quien las presentó como invitadas ilustres al gran baile de Máscaras Venecianas. Serían las primeras en bailar con el Príncipe Giuseppe. Cuando el príncipe se acercó a Josefina para sacarla a bailar, ella reconoció los ojos finos y elegantes que la habían mirado fijamente en la vitrina de cristales. Josefina se sintió desmayar y el Príncipe la tomó suavemente en sus brazos, diciéndole al oído - "hoy encontré a la Princesa con la que me voy a casar".

Ramón y Karina se van al Bosque

El sol esta radiante y a Karina y a mí nos ha provocado irnos de picnic. Estamos a mitad de la primavera y el clima esta de maravilla. Los dos estamos cansados de haber trabajado duro toda la semana y merecemos un buen descanso y desconectarnos del mundo por una horas. En la tienda venden unas manzanas frescas y nos vendrá bien un vinito y unas empanadas de queso. Un tapete y un poco de música harán que nuestro día sea diferente. Estamos tan cansados de trabajar, es tan aburrido trabajar entre cuatro paredes, en una oficina, para luego ir a la casa, sentarse un rato a ver televisión, hasta que me quedo dormido. Luego si es que tengo energía, invito a Karina al cine, a tomar un helado y de vuelta a la casa a lo mismo. Pagar cuentas y ocuparme de las cosas cotidianas. A veces me gustaría salir a unas largas vacaciones con Karina y olvidarme de todo. Es incluso difícil sacar sincronizar en nuestras vacaciones. Cómo me gustaría cambiar de trabajo, pero esta compañía me da beneficios, retiro y seguro de salud que ninguna compañía ofrece. No me queda otra que seguir trabajando aquí, qué le haré. Bueno, al menos hoy nos iremos de paseo a relajarnos un rato a ver el paisaje y respirar aire puro.

Así, Ramón y Karina salieron al state park, preparados para subir algunas colinas y divertirse en una entretenida caminata, tomando un poco de sol. Llegaron al parque, rodeado de bosques y se instalaron con un pequeño tapete de tela cuadriculada y sacaron unos suculentos sandwiches. Karina sacó una botella de vino, y mientras sonaba una romántica canción, Ramón la miraba extasiado, enamorado, deseando que ese momento no pase jamás. Se la pasaban tan bien ahí.

Karina se quedó mirando el bosque un rato, y con una sonrisa traviesa le dijo a Ramón, que te parece si nos vamos caminando, recogiendo unas semillas de flores silvestres y vemos por donde pasa el río, me parece que es en esa dirección. Sería entretenido internarnos en el bosque y caminar un rato. Por último, si nos perdemos tenemos GPS y volvemos.

Ramón la complació y con una bolsa en la mano y una botella de agua, comenzaron una caminata y se internaron en el bosque, atraídos por unas flores rojas que se veían no muy lejos de donde estaban.

Karina me ha pedido caminar para recoger unas semillas, creo que es una buena idea para estirar un poco las piernas. Aparte que será divertido investigar el bosque. Vamos caminando y es muy bonito, hay ramas secas en el camino y encontramos algunas plantas que nunca vi. Quizá estas plantas están solamente en las zonas donde nadie va. Karina esta contenta caminando. Ya hemos caminado como unos quince minutos y parece que estamos bastante lejos del carro. Pero es tan agradable acá que creo que seguiremos caminando un buen rato porque se respira aire tan puro y todo parece tan acogedor que no me preocupa. Quiero ver si llegamos a alguna fuente de agua para ver si quizá vemos algunos peces o una caída de agua que nos refresque un poco. No hace calor, el clima es muy agradable. - Amor, ¿te atreverías a quedarte por estas rocas a pasar la noche?, parece un buen sitio. Puedo practica hacer un refugio de palos como me enseñaron en los scouts para que nos proteja del frío o cualquier animal.

Ramón me ha venido con esta idea de quedarnos a pasar la noche a la intemperie, la verdad no lo había pensado, pero me parece una idea divertida. Yo creo que sería una bonita experiencia que nos uniría más como pareja y le doy una oportunidad de protegerme. Me gusta mucho investigar plantas y creo que podría ser una buena idea. Conectarnos con la tierra y sentir que somos parte de la naturaleza. Sería una buena manera de resetear nuestra mente y abrir nuestro espíritu a algo nuevo.

- Sí Ramón, creo que tienes una buena idea, creo que sería interesante para cambiar un poco. Te puedo ayudar a buscar algunos palos para armar el refugio que dices.

Ramón y Karina reunieron una buena cantidad de palos y Ramón los colocó de tal manera, cruzados de lado a lado, con un ángulo de 60 grados en la parte de arriba, que cómodamente podía entrar los dos echados adentro sin problema. La noche era un poco fresca, pero no estaba muy fría. Cuando el refugio estuvo terminado, los dos se echaron sobre una roca grande a ver estrellas fugaces, el cielo estaba muy claro y se podían ver fácilmente los astros, de diferentes tamaños, diferentes brillos y colores. Ramón le enseñó a Karina la ubicación de ciertas estrellas, la ubicación de ciertas constelaciones y Karina escuchaba con atención, con ojos soñadores. Cuando se les comenzaron a cerrar los ojos de sueño, decidieron meterse al refugio, y abrazados, pasaron la noche ahí.

Hmm, este es un día diferente, fuera de lo común. Me pregunto como estará mi carro, pero la verdad no me preocupa nada. Tener a Karina entre mis brazos es maravilloso y no lo pienso cambiar por nada. La voy a dejar que duerma un poco más. El sonido del bosque es tan diferente, me hace sentir tan libre, me da mucha paz. Creo que voy a seguir buscando más palos para seguir armando algo mas interesante. Pero primero creo que podemos caminar un poco más, quizá sería bueno encontrar un poco de agua ya que las botellas pronto se acabarán. - Hola mi amor, ya te despertaste. Te quiero mucho, me siento feliz de estar aquí contigo, parece un sueño.

Se levantaron y se sentaron un rato en una piedra pensando sobre la experiencia que habían tenido al decidirse pasar la noche en el bosque. Karina se fue detrás de un árbol para ir al baño, y vino sintiéndose mejor, sonriendo tímidamente. - Ramón, quieres caminar un poco a ver qué encontramos más allá? total, tenemos el GPS si nos perdemos. Mira, es domingo y tenemos todo el día. Y partieron la caminata, observando con detenimiento las nuevas plantas, insectos y pajaritos que veían por el camino. Karina se sentía segura de la mano de Ramón y él a su vez se sentía orgulloso de ser protector de su novia, y tenía muchas ganas de investigar más el bosque. Buscó en su bolsillo y encontró que tenía una cuchilla, pensó que le sería útil por si lo necesitaba. Siguieron caminando por una media hora, no había ningún rastro de ningún camino, avanzaban simplemente en el bosque entre árboles y plantas de todo tipo. Al rato, después de haber avanzado un buen trecho, llegaron a una especie de riachuelo pedregoso, con agua que corría limpia. Felices se acercaron, se quitaron los zapatos y se mojaron los pies, una sensación agradable. Se quedaron un buen rato, gozando del agua y viendo que estaba limpia, rellenaron sus botellas.

Me parece excelente que hajamos encontrado agua, hizo nuestro día mejor, ya me estaba dando sed y parece realmente limpia. En mi GPS pareciera que estuviésemos en medio de un bosque, sin nada cercano y se ve una pequeña linea azul como el riachuelo que estamos viendo. Estamos en el condado de Brunswick, pero no veo civilización cerca, es sólo el bosque y este riachuelo que esta frente a nosotros. Qué divertida manera de pasar un domingo… perdido en medio de el bosque y relajarse por completo, sin ninguna preocupación. Bueno, si me está dando un poco de hambre, me pregunto si hay algo comestible por aquí cerca. Comeremos estas galletas que tengo en el bolsillo por ahora. Ya veremos luego qué hacemos.

Este riachuelo parece interesante, vamos a caminar un poco siguiendo el riachuelo hacia la derecha a ver si el paisaje cambia un poco.

Siguieron caminando un rato más hacia la derecha y encontraron una roca muy grande, y otras rocas alrededor. El sitio era bastante interesante. Había como una ensenada donde se anchaba un poco el riachuelo, con un poco más de agua y los árboles se habrían un poco más dejando pasar la luz del sol de más ampliamente. Karina se puso a caminar alrededor del lugar animada, el sitio parecía bastante acogedor y la roca saliente le ofrecía cierta sombra y protección en caso llovía. Habían piedritas pequeñas al borde del río y algunos trozos de carbón natural.

La tarde estaba tibia y la caminata les había hecho entrar en calor. Viendo que estaban en la mitad del bosque, los dos se quitaron la ropa y se sentaron en las piedras por las que pasaba el agua, riéndose, se echaron en el agua y dejaron que les moje el cabello. Los dos echados, mirando al cielo con los brazos abiertos. Era una sensación de libertad increíble. - Qué buen domingo estamos pasando! - gritó Karina - esto es maravilloso! y Ramón se reía a carcajadas. Los dos se han puesto a chapotear en el agua, mojándose la cara y todo el cuerpo, gozando de la temperatura fría del agua, que parecía se iba calentando mientras más la sentían. Era un sitio adorable. Al rato salieron del agua y se recostaron acomodándose entre las piedras tibias, la sensación del sol en la piel era muy relajante. Los dos estaban tan alegres y encantados con el lugar que se olvidaron del mundo por completo. Luego de todo el ejercicio, Karina le dijo a Ramón - me está dando hambre, tienes algún plan? y Ramón se quedó pensando con los ojos muy abiertos porque él también tenía apetito y no había pensado mucho en qué hacer para remediarlo. Se puso a caminar descalzo alrededor, pensando, pero estaba tranquilo. Sabía que si Dios había permitido que llegase hasta ahí, era porque tenía algo para ellos, así que caminó alrededor con confianza y de pronto se topó con una pecana. La recogió y miró bien qué era, era una pecana! miró hacia arriba y se dio cuenta que estaba bajo un árbol de pecanas, ¡que tal bendición! así que quizo darle la sorpresa a Karina y le llevó algunas pecanas. Karina se rió a carcajadas, encantada por el hallazgo. - Ramón! me encantan las pacanas!. Se sentaron y comenzaron a abrir las pacanas piedra contra piedra. Estaban deliciosas. Comieron pacanas un buen rato hasta que se saciaron.

Se comenzó a hacer tarde y el sol se comenzó a ocultar. Los dos se pusieron un poco apesadumbrados de que el domingo se estaba acabando y se estaba haciendo tarde. Pronto sería de noche y al día siguiente lunes, de regreso al trabajo, a la oficina aburrida, a pagar cuentas y estar en medio de todo el barullo. El podía vivir con Karina en su departamento, pero siempre con la tensión del trabajo y las cuentas, los impuestos. Llegar tarde a la casa, ver la tele, comer algo y echarse a dormir. Ese era su día y todos los días. Algunos días se iban a pasear, con amigos y así, pero era siempre la tensión, la ciudad y su bulla.

- Sabes qué Karina? estuve pensando que nos podríamos quedar acá, es maravilloso y somos libres. - Ay Ramón, no estoy segura, y que vamos a hacer con el trabajo, las cuentas, la familia y amigos? le contestó Karina. Ramón le sonrió diciendo - en realidad no tendríamos que preocuparnos mayormente de nada, la vida es una y hay que vivirla en plenitud, no te parece? Karina pensó un rato, miró hacia arriba, hacia los lados y dijo - la verdad, estoy feliz aquí - tienes razón, no hay de qué preocuparse. Tenemos un pecano, un riachuelo y un techo de piedra… jajaja. Aparte de todo es que nos amamos y me siento muy feliz. La verdad que me siento harta de mi trabajo y de tener que pagar tantas cuentas y me estreso mucho todos los días. Ramón mirando su cara, sabiendo cómo se sentían los dos de tener que ir a trabajar al día siguiente con todo el stress, se echó de espaldas y se quedó mirando el cielo que estaba color anaranjado, con una imponentes nubes que reflejaban la luz del sol anaranjado con una brillantez casi irreal. - Mira, no queremos que nadie se preocupe por nosotros, si estamos contentos acá. No queremos que piensen que algo malo nos ha pasado, voy a enviar un texto a mis padres para que no se preocupen si no nos ven mañana. Karina también envió un texto a sus padres. - “Ramón y yo nos hemos ido fuera de la ciudad, nos hemos tomado unas vacaciones, no se preocupen, estamos bien”. Karina y Ramón no sabían exactamente en dónde estaban, pero de momento no les preocupaba porque se sentían libres, felices y con fé de que podían sobrevivir allí en la libertad del bosque, junto al agua.

Entre los dos recogieron unos palos secos que encontraron dando vueltas, no muy lejos y los arrastraron cerca de la gran roca. Los pusieron arrimados contra la roca, formando como una tiendita. Luego se pusieron su ropa que estaba en las rocas, mientras masticaban unas pacanas más y se sentaron en una roca a ver la luna que había salido redonda. Sentían el aire fresco de la noche en la cara. Los sonidos del bosque eran distintos de los de la ciudad. Se escuchaban diferentes animales. Pero ellos no tenían miedo, los dos eran personas de fé y sabían que tenían un Padre en los cielos que los cuidaba. Los dos juntaron sus manos y rezaron juntos un Padre Nuestro. Abrieron los ojos, se besaron tiernamente y se fueron caminando a la cobachita que acababan de armar. Sintieron que habían empezado una nueva vida juntos. Los dos cogieron sus teléfonos celulares y los apagaron, no los necesitaban, no necesitaban a nadie ni nada. Se tenían uno al otro y los dos tenían a Dios en medio de ellos. Qué más necesitaban. Se miraron dulcemente, se sintieron completamente liberados. Pusieron unas hojas en la tierra bajo la piedra, bajo la covacha que hicieron y se amaron tiernamente. Se quedaron dormidos, mirando las estrellas en el cielo, más brillantes que nunca, tan suyas y ellos eran tan de las estrellas como nunca se hubiesen imaginado.

Esa noche llovió, les salpicó un poco el agua, pero no les importó. Sus mentes estaban soñando con el amor que se daban uno al otro, sin preocupaciones, sin tensiones ni ruidos de medios de comunicación. Era totalmente pacífico y libre.

En la mañana las aves cantaban en los arboles cercanos, se levantaron los dos y decidieron dar un paseo alrededor de las rocas donde estaban. El paseo debía ser en redondo. Llevaron piedritas en los bolsillos y las fueron dejando en su camino. Dieron un círculo alrededor de la roca y fueron alrededor sin perder de vista la roca, siempre dejando piedrecitas en el camino y luego volvieron a la roca. Ahora conocían un poco más lejos, pero estando en el mismo sitio, sin perderse. Después de eso investigaron todo lo que pudieron dentro de ese círculo, investigaron qué plantas tenían, que tipo de suelo era, y recogieron más ramas para ampliar la cobachita. A la covacha le aumentaron una especie de pequeña pared de palos secos, como de media luna, que iba desde un lado de la piedra hasta el otro lado. Para protegerse de cualquier animal que viniese en la noche, pesar que no sentían real ansiedad por eso.

Esa noche, prendieron un fuego, la noche estaba más fresca. Usaron para prenderlo, el carbón que estaba al borde del rio, haciendo la chispa con la piedra y luego prendiendo pajas. Se sentaron junto al fuego los dos y Ramón comenzó a cantar una canción, llevando el ritmo con dos palitos, y Karina llevaba el ritmo con dos piedras. Se sintieron parte de la música y los dos cantaban juntos. Se pararon y comenzaron a bailar al ritmo de la canción. Sentían su amor muy vivo mientras bailaban. Era tan maravilloso estar juntos compartiendo, sin tensiones ni apuros. Se sentaron junto al fuego y en una especie de petate que Karina había estado tejiendo con unas hojas de gras largas, se abrazaron y se quedaron dormidos.

A media noche, sintieron un ruido, como de unas pisadas. Ramón se despertó y mirando alrededor vio acercarse a un venado. Se acercó a ellos y Ramón lo acarició y le dio a comer algunas hojas de gras que había quedado. El venado, joven, acercó su nariz a Karina, la olfateó y luego se echó a una distancia de siete pies de ellos, como haciéndoles compañía. La luz de la luna los iluminaba con su reflejo azul, Karina dormía junto a Ramón y el venado acompañándolos. Allí estaban ellos, en medio del bosque, acompañados el uno del otro, con animales amigos, con un árbol de pecanas y un riachuelo que satisfacía su sed, estaban allí con Dios, su Padre de los cielos que los cuidaba como hijos queridos. Nadie esta sólo, todos tenemos a nuestro Padre Dios en los cielos que vela por nosotros.

Kuntur y la Mina Secreta

Wari siguió cavando en la oscuridad, temblando de frío. Sus manos entumecidas seguían agazapadas en las piedras, jalando cuanto encontraba: tierra, peñascos, todo cuanto cedía a su esfuerzo. La tierra estaba húmeda y fría al tacto. El sabía que iba en la dirección correcta, lo podía oler. El oro tiene un olor especial. La temperatura de la tierra le decía que estaba más cerca que nunca.

Se detuvo un momento y se sentó en el barro, no podía más. Sacó un trapo del bolsillo y se limpió la cara terrosa. “Creo que lo dejaré para mañana” se dijo Wari y descansó de espaldas sobre una roca lisa. Su respiración se hizo más pesada, había llegado bastante profundo ese día. Con dificultad se levantó y recogió la vela encendida y empezó su camino de regreso.


Casi en la salida del túnel, vió una sombra que se movía y oyó un sonido extraño. No se decidía si quedarse o seguir caminando, le temblaban las piernas y un aire muy frío entraba a la cueva. Sentía una presencia. De pronto, una inmensa ala lo cubrió con sus etéreas plumas y lo levantó en el aire, la luz de la vela que sostenía se desvaneció y se sintió por un momento cayendo por las piedras, rodando libremente. Wari no entendió lo que acababa de pasar, en un momento todo era negro y siniestro y luego estaba tirado en el suelo. Se levantó y partió a la carrera, dejó morral y lampa en el camino, solo sentía terror en la oscuridad, pero conocía el camino de regreso con los ojos cerrados. Temía que esa cosa le jalase los pies y sudaba como si recién hubiese salido del río. El viento con olor a matorrales silvestres y helado le susurraba hasta que llegó a la entrada de su casa.



Yanay, su mujer, salió a darle el encuentro con una manta para cubrirlo. Wari estaba temblando y no quiso hablar, entró callado a la casa y se sentó en su silla de paja. “Yanay, tengo hambre ¿qué me has preparado?” Ella lo miró tristemente, porque hacía tiempo que Wari no le hacía caso, y le trajo un trozo de tocino y ollucos calientes. Wari comió y se tumbó en la estera y se tapó con una tosca frazada. El frío se le colaba entre los huecos pero sobretodo el miedo le arrebató la paz esa noche. Pensando eso, Wari se quedó dormido, dando sobresaltos en la noche, soñando con la sombra que lo atacó.


Yanay se levantó muy temprano, limpió unas papas que había cosechado, y cocinó una pachamanca con carne de cerdo que le regalaron en el pueblo. Quería sorprender a Wari que había estado muy intranquilo últimamente, trabajando incansablemente. Se había perfumado con aguas de flores andinas y se había recogido la trenza en un moño, con una cinta sedosa amarilla. Colocó un manto multicolor recogido entre mullidos cojines de lana, donde sentó a Qhari, su hijo de dos años. Le dió un pedazo de camote para que vaya mordisqueando, mientras ella se detenía a darle los últimos sazones a la pachamanca.


Todo estaba listo para la sorpresa, pero "un momento, me olvidé de pelar el maíz” se dijo Yanay y se fue a traerlo del otro lado de la casa.
Qhari, arropado con su chuyo rojo y pantalones marrones, se puso de pie y comenzó a dar pasitos: “mama”, la llamaba, y siguió caminando con su camote en la mano.

La dulce Yanay regresó con un puñado de choclos pelados en las manos y los metió en la pachamanca, los cubrió bien con las piedras y lo selló. “Estará ahí por unas horas” pensó Yanay, y se dirigió a la casa para abrigarse y tomar algo caliente. De pronto se acordó que había dejado a Qhari sentadito afuera en el manto y fué a buscarlo. Para su asombro, Qhari no estaba allí y Yanay giró su cabeza en todas direcciones con ojos despabilados buscando a su bebé. Buscando, buscando, distinguió algo que se movía detrás de unas piedras y una cabeza de lana - “¡Shaya!, ¡Shaya!” llamó Yanay. Qhari había encontrado a Shaya, la vicuña, y estaba jugando animadamente con ella, jalando la soga que la amarraba, riéndose en cada intento. Yanay dió un respiro y fue corriendo a rescatar a Qhari. Buen susto se había pegado.


Qhari era un niño despierto, cada vez que podía se iba a jugar con Shaya, y ella a su vez lo cuidaba para que no andara muy lejos en su tierna edad. Yanay tenía adoración por su hijo, le dedicaba tiernamente todo su tiempo, era su alegría.


Wari no tenía casi tiempo, pues andaba muy preocupado por sus negocios, y muy atareado con sus descubrimientos en la excavación secreta. Wari durmió pesadamente durante toda la mañana, luego que se habían calmado sus pesadillas, y decidió entregarse más horas al sueño. Remoloneó un buen rato en la estera y se estiró con un gran bostezo. Se levantó y miró alrededor, ahí venía Qhari sonriendo, con los bracitos en alto para que lo cargue. “Apa, Apa” vino Qhari, dando sus pininos. Wari lo miró, le hizo una cosquilla rápida en la cabeza y siguió su camino. Qhari lo seguía llorando, porque quería que lo alze en brazos. “Qhari, Qhari, apa está muy ocupado, será más tarde ¿sí?” y diciendo esto salió al patio, percibiendo el más agradable aroma a pachamanca. Tomó un plato sin esperar a nadie y se sirvió un buen banquete. Yanay vino con Qhari en brazos y se sentaron juntos a disfrutar la sabrosa comida. “Ay mujer, tu sí que me conoces, esta noche espérame despierta porque te traeré una sorpresa”. Yanay lo miró con una sonrisa tímida y puso su cabeza en el hombro de Wari. “Todo lo que tú me traigas amor mío, es felicidad para mí”.


Absorto en su pensamiento, Wari se paró y se despidió de Yanay con un ademán. El pequeño Qhari lo miró y le sonrió - “¡Aba, Aba!” haciéndole adiós con la manito. Wari tomó sus zapatos de cuero grueso y se encaminó a sus excavaciones misteriosas. El tenía un mapa que le había dado su abuelo, donde aparecían las venas de oro en su territorio. Era un tanto confuso, pero los había estudiado detenidamente, haciendo todo clase de cálculos y ésta vez lo lograría.


Se acercó al lugar un poco titubeando, pues se acordaba de la noche anterior y el terror que sintió. Tenía que ser valiente y seguir adelante, seguramente fue parte de su imaginación, pensaba. Encontró su pala y su morral polvoriento por la entrada, pero también encontró extrañas huellas, y una pluma negra muy grande.


Entrando en el túnel que estaba cavando, fue avanzando lentamente. Sus rodillas estaban acostumbrándose a esa aspereza, y sus pulmones al lugar cerrado, oscuro. Cuando tenía angustia, salía fuera y respiraba aire puro. Tenía que encontrar ese oro a como dé lugar.


Cavó por largas horas, hasta que llegó a un punto que comenzó a sentir diferente textura y sonido con cada golpe. Comenzó a ver un brillo diferente. Sus manos buscaron ansiosamente por el nuevo elemento y saliendo rápidamente del túnel lo puso a la luz. La piedra tenía un brillo embelesador, dorado rojizo, como el sol cuando se esconde, con realeza y esplendor. Wari abrió los ojos muy grandes, estaba ante un gran hallazgo, su corazón comenzó a latir como un caballo a galope. “¡Este es mi día de suerte, si!” se dijo y dando media vuelta se encontró con el fantasma de la noche anterior “¡Kuntur, no, Kuntur!” sintió un vacío en el pecho y cayó desmayado. Su abuela le había contado una historia cuando era pequeño, sobre Kuntur, un cóndor negro que se asomaba en las noches para asustar a los niños que se portaban mal. Y Wari en su desvaríos se acordó de la historia y se apabulló del susto, hasta quedar inconsciente en el suelo.


En la casa, Yanay con sus tejidos y quehaceres, cantaba una canción que su madre le enseñó. Esperaba ansiosa el regreso de Wari. Con sus manos ágiles, hilaba fibra color perla, obtenida del pecho de Shaya, su vicuña, una fibra fina, de mucho valor. Planeaba tejer un ponchito a Qhari, para que lo abrigase del crudo invierno. Las montañas de los andes son muy frías. Qhari estaba creciendo como su papá, fuerte y guapo. Estaba jugando con unas bolas de hilo, era un niño feliz. Yanay esperaba a Wari con un mate caliente. Ella era una mujer romántica, siempre tenía algo preparado para él, pero a veces él parecía estar ausente, ensimismado en sus ideas sin hacer caso de ella.


Wari llegó acongojado a la casa, tenía una mirada sombría que Yanay no lograba entender. Se fué a su estera sin comer ni beber y se quedó dormido al instante. Yanay se quedó pensando qué la habría pasado que se veía tan apesadumbrado y exhausto.


Pasaron unos días y todo parecía normal. Yanay había estado recolectando unas flores para alegrar la mesa de piedra rústica donde se sentaban a diario. De pronto apareció corriendo la vicuña Shaya con elocuentes ojos abismados de espanto. Yanay, conociendo a Shaya, sabía que algo grave pasaba y se sintió embargada por la angustia. Salió corriendo al instante en dirección a la casa. La camita de Qhari estaba vacía. Yanay sintió un vacío en el estómago y girando vió venir a Wari trayendo un gran cargamento de piedras y decía: ¡Yanay, somos ricos! - pero Yanay no podía escuchar, sus oídos estaban pasmados de preocupación. Y cuando se disponía a salir de nuevo, apareció una gran imagen oscura de grandes alas, y con una voz grave dijo: "Soy Kuntur, el guardián de las minas de este territorio, los metales preciosos que han encontrado son sagrados y no deberán tocarse sin mi aprobación. Tengo a Qhari bajo mi poder y no lo regresaré a ustedes a menos que cierren la mina". Yanay se quedó sin habla, aterrorizada sólo de pensar cómo se sentiría su pequeño Qhari. Entretanto Wari, empuñó su pala y la zarandeó en el aire gritando: "¡qué te has creído para venir a mandarnos qué hacer, no te tengo miedo, no podrás detenerme, ese oro es mío y a mi hijo lo rescataré!", Con mirada grotesca y respiración agitada. Wari estaba desesperado, el oro lo había enajenado, había perdido todo instinto de preservación.


Kuntur se desvaneció en la oscuridad, dejando una humedad pegajosa en el ambiente. Buscaron por todos los rincones y Qhari no estaba, había desaparecido por completo sin dejar la más pequeña señal o indicio de su paradero. Lo único que encontraron en el suelo polvoriento, fue una gran decrépita pluma negra y su chuyo rojo empolvado.


Yanay no encontraba consuelo, su pequeño Qhari había dejado un gran vacío en su alma, recordaba sus ojos de almendra y su tierna sonrisa. Sus manitos moviéndose en el aire y su voz infantil se repetía en su memoria. Yanay se paró firme en y decidió no darse por vencida. Su corazón se convirtió en el pedestal de su hijo Qhari. Se arrodilló en actitud de súplica y le pidió a Dios con todo su corazón que le devolviese a su hijo querido. Yanay sintió que no todo estaba perdido, que era cuestión de paciencia y seguir adelante. Y cogiendo sus palitos y la fibra que acababa de hilar, comenzó a tejer un ponchito para Qhari en el silencio de su corazón, esperando que volviera a ella. Estaba devastada y era lo único que la mantenía en equilibrio, a veces sollozando hasta quedarse dormida y volvía a empezar al rato, rogando en cada punto.


En su desesperación, Wari se armó de toda clase de sogas, picos y provisiones para salir en busca de Qhari, en compañía de Shaya, la ágil vicuña. Subió colinas y cruzó ríos toda la noche. En su camino se cruzó con coyotes y peligrosas serpientes y Wari, en su brutal coraje, los descuajeringó en un instante para seguir su implacable búsqueda.

Cuando estaban por bajar de un acantilado, Shaya se detuvo y se dirigió a una roca saliente cubierta de ramas y lodo, lo que parecía un nido de cóndor. Había escuchado con su fino oído, el débil llanto de un niño. Wari se apresuró a trepar la gran roca y cuál fue su sorpresa, los ojos más dulces que jamás había visto, lo estaban mirando. Era Qhari, con su cara embadurnada en barro y con algunos rasguños, envuelto en pajas. Con mucha ansiedad, Wari alargó los brazos y cargó a Qhari para ponerlo a salvo, fuera del alcance de Kuntur. Lo arropó con su poncho para protegerlo del intenso frío de la noche.





Wari regresó triunfante de su búsqueda, trayendo a Qhari en sus brazos. Shaya venía por su lado, dando pequeños saltitos de alegría, tocando a Qhari con la punta de su nariz y volviendo a saltar a su lado. Yanay salió a su encuentro y corrió a besar la carita enlodada, limpiando sus ojitos soñadores. Su hijo había vuelto a casa y su alma al cuerpo, ya podía por fin respirar tranquila. Pero algo le decía que el peligro no había desaparecido por completo. Sentía una presencia tenebrosa que no la dejaba. Así pasaron la noche en paz, juntos, abrazados todos, buscando alivio a su ansiedad.


A la mañana siguiente, Wari se levantó muy temprano, y viendo que ya todo había pasado y su hijo estaba de nuevo en casa, se dirigió a sus quehaceres en la mina. Nadie iba a detener su empresa codiciada y se impuso una férrea ingeniería para extraer la mayor cantidad de oro posible.


Kuntur, el supuesto demonio de los andes, lo observaba desde su escondrijo, cavilando su siguiente acción. Tenía que haber alguna manera de darle una lección a tamaña terquedad. Tenía que enseñarle la lección que hasta ahora había mantenido oculta. Kuntur no era un personaje oscuro de malignas intenciones, Kuntur era un defensor de los débiles y ponía justicia donde no la había. El había sido enviado para dar a Wari una lección de paciencia y bondad. Ya que Wari se había dejado llevar por la codicia y había abandonado a su familia por las riquezas, habiendo perdido dominio de sí mismo y dejado de lado sus valores. Pareciera que la desaparición de Qhari no había sido suficiente reprimenda, pensó Kuntur. Wari necesita otra lección.


Sentada en un tapete, Yanay acariciaba la frágil cabecita de Qhari, y le cantaba una melodía andina. Conocía a Wari y sabía que estaría toda la noche cavando, buscando su preciado metal, y cabeceando en su canto, se quedó dormida, protegiendo con su cuerpo al pequeño Qhari.


Al amanecer, la despertó un estrepitoso ruido. Era Wari que venía empujando una carreta con rústicas ruedas de madera, portando una pila de piedras doradas. Venía con una sonrisa histérica, luego de haber estado toda la noche en el túnel. Sudoroso y lánguido se quedó tirado en el suelo.


Era una tibia mañana en la montaña, el sol salía y se podía oler el pasto húmedo y los gallos con su canto matutino. Yanay se levantó, contemplando a Qhari que seguía dormido. Dejó a Wari que siguiera dormido en donde estaba y lo cubrió con una manta, mientras él roncaba sonoramente luego de la larga jornada nocturna. Yanay lo quería mucho, pero Wari los tenía abandonados por su codiciada empresa en el túnel.


Saliendo por la pendiente de la colina, Yanay se dirigió con Qhari al río al pie de la colina y se refrescaron y gozaron chapoteando. Lavó un poco de ropa con el jabón natural de la montaña y la colgó en unos arbustos para que secara con el sol del mediodía. A la mitad de la mañana, Yanay se quedó dormida en el verdor del pasto tibio, y de pronto unas alas grandes sobrevolaron inadvertidamente su cuerpo inconsciente. Qhari observó la etérea criatura con ojos curiosos, y dando pasitos infantiles, la siguió en su lento vuelo. Para ese entonces, Wari y Yanay estaban completamente dormidos, abandonados a un plácido sueño, mientras Kuntur guiaba a Qhari a un lugar apartado. Sus pasitos torpes lo condujeron a la entrada del túnel de la mina. Luego, guiado por su curiosidad, Qhari se metió en la oscuridad y se internó en la profunda cavidad.


Luego de un tiempo, Yanay despertó del sueño y miró a su derredor, perpleja de no ver a su pequeño hijo. "¡Qhari, Qhari! hijo, ¡¿donde te has metido?!" y se levantó instintivamente ante la ausencia del niño. Corrió al río pensando que se lo había llevado la corriente, y al ver las huellas de sus pasitos yendo en sentido contrario, subió la loma entre saltos y tropezando con las rocas, respirando dificultosamente por la angustia. Llegó a la casa y Wari se encontraba dormido, tal cual lo había dejado más temprano. Saltó por encima de él, salió por la otra puerta y se dirigió al túnel, siguiendo las pequeñas huellas en el barro.


Entró a la mina y tanteando en la oscuridad, golpeando las paredes, percibió un leve eco del llanto sobrecogedor de Qhari. "¡hijo, aquí estoy, no temas!" y avanzando a duras penas, de pronto se dejó escuchar el tronar de las paredes y comenzó a caer tierra de la parte superior. Y mientras Yanay abrazaba a Qhari, las piedras se vinieron abajo y el túnel cedió sepultando a los dos cuerpos en su interior.


Wari escuchó el estruendo del derrumbe y salió a toda prisa pensando en su mina, sin imaginarse que su familia se había quedado atrapada bajo los escombros. Llegó al pie de la entrada, todavía con nubes de polvo y se quedó perplejo. De pronto, le dió un salto el corazón cuando escuchó una lejana voz quejándose en la profundidad del derrumbe. Wari se quedó inmóvil por un momento, sin recapacitar por un instante. En un momento lo había perdido todo, mina y familia. Se preguntaba "¿qué es la vida sin familia, sin amor? ¿en qué he estado pensando todo este tiempo?" y en esa sensación terrible, pasaron por su mente todos los momentos felices que había pasado con su mujer y su hijo, y que no le había dado importancia.


En ese instante pasaron por su lado unas alas que abanicaron tibiamente su cuerpo, que estaba helado de suspenso. Era Kuntur en su majestuosa presencia, quien lucía ahora más dorado que el mismo sol, abriendo sus inmensas alas. Mostrándose poderoso y protector, se veía como un ángel del bien, dejando sentir esperanza en el corazón de Wari. En un instinto de conservación familiar, que le volvió al alma, Wari le rogó que lo ayudara a salvar a su familia. Se sentía devastado.


Kuntur se dirigió a Wari: "No pierdas la fé Wari, tu familia será salvada y estará bien, pero tienes que hacer una promesa. Te dedicarás por completo a tu familia por tres años consecutivos, con caridad y atención. Les darás tres preciosos años pacientemente y durante esos años, no trabajarás en la mina ni te acercarás a ella. Haciendo esto, ganarás el privilegio a enriquecerte materialmente, pero siempre con templanza y disciplina. No te dejarás llevar por la codicia y nunca más abandonarás a tu familia por el oro."


Wari dió un respiro y arrepentido entendió sus errores. Cuando volvió la mirada, todos los vecinos del lugar, venían a su encuentro alarmados por el sonoro derrumbe. Su túnel ya no era secreto, y les contó que su familia se hallaba atrapada en el interior. Todos, uno a uno, sacaron piedra por piedra cuidadosamente, y en un santiamén Yanay y Qhari fueron liberados por las bondadosas manos amigas.


Wari fue a su encuentro con lágrimas en los ojos e hizo su promesa solemne de cuidarlos y amarlos. Prometió también compartir la mina y dar trabajo a sus vecinos para el progreso de la comunidad y bienestar de todos.


A partir de entonces, Wari gozó de su tiempo familiar, y vio crecer a Qhari a quién le enseñó los oficios pertinentes con amor de padre. Yanay tuvo una hija a quien le puso por nombre Chaska, que significaba esplendor.


Kuntur volvió luego de un tiempo, sobrevolando la comarca con sus grandes alas doradas y ese fue su último vuelo en el lugar. La justicia había quedado nuevamente restaurada.


Wari utilizó la riqueza ganada en la mina para comprar ganado y semillas, con lo cual se convirtieron en una granja próspera. En adelante gozaron de una paz y alegría familiar que permaneció con ellos.