martes, 27 de junio de 2017

Volteando la Esquina

Emma miraba la gran pintura de la Balsa de la Medusa y se sentía desfallecer y ahogarse en su propia pena, al igual que todos los náufragos. Sintió que las olas de las emociones la ahogaban y que la corriente del destino la arrastraba. Ya no soportaba más la miseria en que se encontraba su vida, estaba dándose por vencida. Se ahogaría al igual que todos en la balsa. Luego de haber estado parada contemplando la espectacular pintura, Emma se reclinó en la pared y encendió un cigarrillo. No se hallaba a sí misma, todo parecía darle vueltas. A los pocos segundos se acercó un guardia y le dijo que estaba prohibido fumar en el recinto y que debía apagar su cigarrillo al instante. Así lo hizo Emma, pero no pudo evitar sentir una intensa angustia, porque se había equivocado una vez más; había hecho lo que no debía hacer y se había traicionado a sí misma. La inundo un sentimiento de ansiedad, de desesperanza y sólo quizo irse a dormir para despertarse al día siguiente. Desde que la había dejado Renzo, no podía concentrarse en nada, sólo se la pasaba el día entero pensando en él. No podía escribir, no podía pintar y le aterraba salir sola. La ciudad se había vuelto su enemigo y no deseaba ver a nadie. Se la pasaba en su apartamento, tomando café y leyendo los viejos poemas que Renzo le había escrito. 
Camino a su casa se sentó en una banca en el puente que cruza el río. Se quedó mirando el río, pensando cómo sería tirarse al agua helada y dejar que se la lleve a Dios sabe donde. Sólo quería desaparecer del universo. Pensando esto, volteó a la derecha y vio un perro de manchas blancas y grises, de mediano tamaño, mirando el río melancólicamente. Quizá a su amo se lo llevó el río - pensó Emma. Y sintiendo tristeza en su corazón, se acercó. Con mucha delicadeza, acarició su cabeza y el perro levantó la mirada y la miró a los ojos. Emma se agachó y lo abrazó con mucha ternura. Le dijo unas palabras y se levantó para seguir camino a su apartamento. El perro se quedó mirándola como se alejaba y comenzó a caminar, siguiéndola. Emma se sintió confundida, pensando que el perro quizá tenía dueño o si realmente la estaba siguiendo o es que el perro tenía su propio rumbo. Al cabo de dos cuadras, Emma volteó la esquina y esperó. El perro paró en la esquina y se quedó mirándola. Entonces paró en un carrito que vendía hotdogs y le compro un hotdog al perro, quien se lo comió en un santiamén. Luego moviendo la cola, levantó las patas delanteras y las puso sobre su pecho y le comenzó a lamer el cuello. Emma se llenó de alegría y comenzó a juguetear con el perro. Corrieron juntos por un par de cuadras hasta que llegaron al departamento. Entró y dejó entrar al perro. Entró y de un salto se trepó al sofa y se echó allí, estirando sus patas muy cómodo. Emma dijo: desde ahora te llamarás Alegro, porque has venido a alegrar mi vida. Gracias por ser mi amigo y hacerme compañía. Vamos a disfrutar desde ahora compartir este espacio juntos. Gracias Alegro!  

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