sábado, 16 de diciembre de 2017

Entre las Tablas del Piso

Rómulo se despertó con el ruido de los pasos en el techo, sobre su cabeza. Le dolía todo el cuerpo y sólo podía ver la cerradura de la puerta. Su madre bajaría en cualquier momento trayéndole un poco de pan y té. El despiadado Mr. Bricks lo había hecho limpiar todos los pisos y luego le había dado una pateadura por haber dejado caer un par de libros.
En ese momento no podía más que pensar en Romina y se levantó con la luz de la vela a seguir escribiendo. Su madre le había traído a escondidas un poco de papel, una pluma y tinta, sabiendo que se metía en problemas si Mr. Bricks lo descubría.
No había manera de salir de esa prisión debajo de la Biblioteca, Mr. Bricks tenía a su madre amenazada que si daba un paso en falso, el escarmiento lo pagaría su hijo Rómulo. Ya hacía tres años que los tenía en esta condición desde que el padre de Rómulo murió en su esfuerzo de pagar la deuda con Mr. Bricks. Ahora los tenía pagando haciendo a su madre trabajar a la fuerza y a el aprisionado en esa oscura prisión, no tenía escapatoria. El único consuelo de Rómulo era entre las rendijas de las tablas del techo donde estaba, ver pasar en su silla de ruedas a Romina, una jovencita bella y delicada que venía cada tres días a buscar un libro nuevo que le hiciera sentir esperanza en su corazón. A veces venia acompañada de su padre, Mr. Duliard. Los escuchaba conversar un poco y luego se iban. Rómulo se esforzaba por escribirle un poema cada noche y en cuanto la veía acercarse, cuidadosamente pasaba entre las tablas de su pequeño techo, el poema que había escrito, de tal manera que aparecía ante ella en el piso de madera, justo cuando pasaba sobre la prisión de Rómulo. El podía ver su sonrisa y era la única felicidad que lo ayudaba a pasar el día. Ella se detenía por un momento a leerlo y luego con cuidado lo ponía en su bolsillo, posando sus hermosos ojos verdes en el suelo, buscando la fuente de tan dulces palabras, sintiendo que estaba cerca y como si supiera que alguien lo había escrito para ella. Luego seguía su camino, soñando con encontrar a su admirador. Rechinaban las tablas con el rodar de la silla en el techo sobre su camastro, y luego Rómulo se quedaba contemplando el techo y soñando en conocerla personalmente, hasta que un portazo lo levantaba y de un jalón lo sacaban de su cama y lo arrastraban por las escaleras, a limpiar el piso nuevamente, abrillantar los candelabros y azulejos. El olor rancio del viejo sillón de Mr. Bricks le daba repugnancia, pero no dejaba que ese sentimiento embriagase su corazón, guardaba esperanzas y se henchía su pecho cada vez que pensaba en Romina y componía en su cabeza su próximo poema.
Pasó una semana sin que Romina pasase por su techo, no había sonido de ruedas ni apareció su silla con su peculiar sonido. Luego de un par de días, Rómulo tenía su poema esperando en la mano, y en un momento dado, creyó escuchar un sonido familiar y sin esperar más, pasó el papel escrito entre las tablas y cuando estaba a medio camino, se dio cuenta que no era Romina, sino su padre, quien al ver el papel emergiendo entre las tablas lo tomó y se agachó un poco, tratando de ver entre las tablas. Rómulo se quedó pasmado ante la presencia y después de un titubeo dio un pequeño golpe con su zapato, lo que sorprendió a Mr. Duliard. Pero alzando una ceja, se incorporó fingiendo arreglar su pasador y siguió su camino, recogiendo unos libros. En su corazón Rómulo ansiaba preguntarle cómo estaba Romina, ¿porqué no había venido?, ¿estaba ella bien?. Al pasar los días, escucho pasar a una señoras, y se pararon justo sobre la prision de Rómulo, y comentaban - Pobre niña, la salud la deja más cada día y ya tiene los días contados. Mr. Duliard va a estar muy desolado cuando ella se vaya. - Rómulo no pudo evitar escuchar las palabras y sintió una presión en el pecho. Siguió trabajando de noche en su dura jornada impuesta por Mr. Bricks mientras veía a su madre a lo lejos, sin poder acercarse, lavar la ropa y cocinar en una pocilga donde la tenía Mr. Bricks. La escuchaba llorar en silencio.
Rómulo siguió escribiendo sus poemas y cada vez que veía a Mr. Duliard aproximarse, dejaba pasar el poema entre las tablas y Mr. Duliard lo recogía con disimulo. - ¿qué hacía Mr. Duliard con sus poemas? - se preguntaba Rómulo. Pero con un pequeño sonido con el tacón del zapato en su techo, le hacía saber a Mr. Duliard su presencia.

Romina había perdido a su madre en un trágico accidente hacía siete años y había quedado muda y sin poder caminar por la impresión. Estaba en su lecho mustia y apagándose cada día más. Mr. Duliard entró un día al cuarto de Romina, luego de estar tres meses en cama y la había encontrado leyendo en balbuceos un papel. Mr.Buliard se acercó lentamente y se dio cuenta que el poema que ella estaba leyendo ensimismada, en voz baja, tenía la misma letra que los papeles que recogía intrigado de entre las tablas del piso de la Biblioteca. Tenía que encontrar al autor que le estaba devolviendo la vida a su querida hija.

Mr. Duliard se encaminó a la Biblioteca y preguntó al portero quienes trabajaban en la institución. El portero se mostró temeroso ante la pregunta y no supo bien qué contestar. - No estoy seguro Señor, nunca los he visto, parece que Mr.Bricks tiene empleados nocturnos -. Mr. Duliard se encaminó hacia el interior y preguntó a Mr. Bricks si podía mostrarle unos manuscritos especiales que se guardaban en un armario alto. Aprovechando que estaba ocupado, fue hacia el lugar donde emergían los poemas y dio un pequeño taconazo con su zapato. - Dime, ¿quien eres tú? -
Rómulo estaba durmiendo una siesta, débilmente, luego del arduo trabajo. - lo despertó el golpe en el techo y se levantó sorprendido - ¡Mr. Duliard! No haga esto, ¡Mr. Bricks lastimará a mi madre! - Mr. Duliard, sin rastros de temor, corrió hacia las escaleras que conducían al sótano y encontró una puerta con una pequeña ventana, cerrada con llave. Embistió la puerta con gran fuerza y la abrió de par en par. - Venga muchacho, no hay nada que temer, tu y tu madre están a salvo. Y sacó a Rómulo de la pocilga y a su madre de la miserable condición donde se encontraban a la fuerza. Mr. Bricks, que no se había dado cuenta de los sucesos, regresó con los manuscritos para mostrárselos a Mr. Duliard. Al darse cuenta que no estaba, fue a buscarlo y vio la puerta que daba a las escaleras al sótano abierta. Enfurecido, bajó con los pergaminos en una mano y el queso rancio que estaba comiendo en la otra. En su ira, bajó por las angostas escaleras que daban al mugriento sótano y enredándose su cuerpo gelatinoso con los rollos de pergaminos, dejó caer el queso y se resbaló de tal manera que rodando y tratando de detenerse con la puerta, la cerró tras de sí, quedando atrapado él mismo en su prisión. Dio muchos gritos y pateó puertas y paredes, pero nadie lo escuchó.

Por su parte, Mr. Duliard cedió a la madre de Rómulo un lugar donde establecerse y luego de unos días de recobrarse de lo sucedido y recuperar las fuerzas, llevó a Rómulo a la presencia de su hija Romina.
Romina estaba sentada en un sillón y sin saber quién era, vio a Rómulo entrar con un papel en las manos. El le dio un poema y ella al ver la escritura, se paró por primera vez en siete años y con una gran sonrisa, lo miró con aquellos ojos verdes que Rómulo había visto solo entre las tablas y lo tomó del brazo. Rómulo sintió su pecho henchirse de alegría y le besó la mano. Mr. Duliard, emocionado, con lágrimas en los ojos, sin palabras de ver a su hija caminar después de haber tenido los días contados, les abrió paso para que fueran al salón. Romina miró a su padre y habló por primera vez en años: - Gracias, te amo papá - Rómulo la cargó en brazos y la llevó al jardín donde leyeron los poemas juntos y compartieron momentos maravillosos. Vieron su sueño hecho realidad de conocerse personalmente y así iniciaron una relación maravillosa.

Tres semanas más tarde vino la policía a la Biblioteca a investigar y abrieron la puerta del sótano. Encontraron a Mr.Bricks en el suelo, llorando, con los ojos desorbitados, con una bola de papeles en las manos. Eran los poemas que había estado escribiendo Rómulo mientras estuvo allí. La policía lo condujo a la cárcel por rapto y maltrato y permaneció allí por quince años. Al salir había perdido muchísimo peso y se había dejado crecer una barba larga gris. Difícil de reconocer.

Para ese entonces Rómulo había ya publicado su libro de poemas y otros más, haciéndose famoso. Habiéndose convertido en un escritor exitoso, compró una casa para vivir con Romina, donde tenían una vida feliz con tres hijos y le había comprado un pequeño cottage a su madre cerca de ellos.

En esa época, Mr. Bricks salió de la cárcel, flaco, con barba larga, cabello blanco, pero a pesar de los años, en su corazón albergaba tremendo odio por Rómulo y su madre y prometió vengarse. Se enteró que vivían en una casa por el acantilado y decidió darles una visita.
Tocó la puerta de la casa y se presentó como Juan, el jardinero, ofreciendo sus servicios. Romina al verlo, le dio compasión, le preguntó a Rómulo, quien al verlo, no reconociendo quién era por su delgadez, barba y sombrero, aceptó. Le dieron una pequeña cabaña fuera de la casa para que viviera allí. El viejo Bricks, no perdió tiempo y comenzó a planear su venganza. Se fue al pueblo con el dinero que le había dado Rómulo por su trabajo de jardinero y compró una botella de veneno para cumplir su plan maquiavélico, y una botella de licor para festejar su pérfida victoria. En la noche, mientras la familia dormía, sacó un balde de agua del pozo con intención de envenenarla y dárselas a tomar al día siguiente. Se fue así a festejar con su botella de licor en un bolsillo, la botella de veneno en el otro bolsillo caminando hacia el acantilado a contemplar la luna y las estrellas en su delirio. En medio de su borrachera, tarareando, se le acabó la botella de licor. Recordaba refunfuñando los poemas de Rómulo, que había leído una y otra vez mientras estuvo encerrado, y más rencor le daba y en su embriaguez.

Al ver que la botella estaba vacía, buscó en su otro bolsillo y encontró otra botella llena. Sin percatarse que era el veneno, la abrió en su ebriedad y se la tomó sin sentir siquiera su amargura. Al terminarla, se percató, pero ya era tarde. En medio de calambres cayó al suelo, y mirando el cielo, sintió que su festejo se había convertido en una batalla entre la vida y la muerte. De pronto la venganza no tenía sentido, se le iba la preciosa vida. Estaba allí solo, muriendo, y en su corazón solo resonaban los poemas de Rómulo, ahora lo veía todo claro, la luz, el perdón, el amor. Y rodando de dolor, cayó por el acantilado.

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