sábado, 16 de diciembre de 2017

Entre las Tablas del Piso

Rómulo se despertó con el ruido de los pasos en el techo, sobre su cabeza. Le dolía todo el cuerpo y sólo podía ver la cerradura de la puerta. Su madre bajaría en cualquier momento trayéndole un poco de pan y té. El despiadado Mr. Bricks lo había hecho limpiar todos los pisos y luego le había dado una pateadura por haber dejado caer un par de libros.
En ese momento no podía más que pensar en Romina y se levantó con la luz de la vela a seguir escribiendo. Su madre le había traído a escondidas un poco de papel, una pluma y tinta, sabiendo que se metía en problemas si Mr. Bricks lo descubría.
No había manera de salir de esa prisión debajo de la Biblioteca, Mr. Bricks tenía a su madre amenazada que si daba un paso en falso, el escarmiento lo pagaría su hijo Rómulo. Ya hacía tres años que los tenía en esta condición desde que el padre de Rómulo murió en su esfuerzo de pagar la deuda con Mr. Bricks. Ahora los tenía pagando haciendo a su madre trabajar a la fuerza y a el aprisionado en esa oscura prisión, no tenía escapatoria. El único consuelo de Rómulo era entre las rendijas de las tablas del techo donde estaba, ver pasar en su silla de ruedas a Romina, una jovencita bella y delicada que venía cada tres días a buscar un libro nuevo que le hiciera sentir esperanza en su corazón. A veces venia acompañada de su padre, Mr. Duliard. Los escuchaba conversar un poco y luego se iban. Rómulo se esforzaba por escribirle un poema cada noche y en cuanto la veía acercarse, cuidadosamente pasaba entre las tablas de su pequeño techo, el poema que había escrito, de tal manera que aparecía ante ella en el piso de madera, justo cuando pasaba sobre la prisión de Rómulo. El podía ver su sonrisa y era la única felicidad que lo ayudaba a pasar el día. Ella se detenía por un momento a leerlo y luego con cuidado lo ponía en su bolsillo, posando sus hermosos ojos verdes en el suelo, buscando la fuente de tan dulces palabras, sintiendo que estaba cerca y como si supiera que alguien lo había escrito para ella. Luego seguía su camino, soñando con encontrar a su admirador. Rechinaban las tablas con el rodar de la silla en el techo sobre su camastro, y luego Rómulo se quedaba contemplando el techo y soñando en conocerla personalmente, hasta que un portazo lo levantaba y de un jalón lo sacaban de su cama y lo arrastraban por las escaleras, a limpiar el piso nuevamente, abrillantar los candelabros y azulejos. El olor rancio del viejo sillón de Mr. Bricks le daba repugnancia, pero no dejaba que ese sentimiento embriagase su corazón, guardaba esperanzas y se henchía su pecho cada vez que pensaba en Romina y componía en su cabeza su próximo poema.
Pasó una semana sin que Romina pasase por su techo, no había sonido de ruedas ni apareció su silla con su peculiar sonido. Luego de un par de días, Rómulo tenía su poema esperando en la mano, y en un momento dado, creyó escuchar un sonido familiar y sin esperar más, pasó el papel escrito entre las tablas y cuando estaba a medio camino, se dio cuenta que no era Romina, sino su padre, quien al ver el papel emergiendo entre las tablas lo tomó y se agachó un poco, tratando de ver entre las tablas. Rómulo se quedó pasmado ante la presencia y después de un titubeo dio un pequeño golpe con su zapato, lo que sorprendió a Mr. Duliard. Pero alzando una ceja, se incorporó fingiendo arreglar su pasador y siguió su camino, recogiendo unos libros. En su corazón Rómulo ansiaba preguntarle cómo estaba Romina, ¿porqué no había venido?, ¿estaba ella bien?. Al pasar los días, escucho pasar a una señoras, y se pararon justo sobre la prision de Rómulo, y comentaban - Pobre niña, la salud la deja más cada día y ya tiene los días contados. Mr. Duliard va a estar muy desolado cuando ella se vaya. - Rómulo no pudo evitar escuchar las palabras y sintió una presión en el pecho. Siguió trabajando de noche en su dura jornada impuesta por Mr. Bricks mientras veía a su madre a lo lejos, sin poder acercarse, lavar la ropa y cocinar en una pocilga donde la tenía Mr. Bricks. La escuchaba llorar en silencio.
Rómulo siguió escribiendo sus poemas y cada vez que veía a Mr. Duliard aproximarse, dejaba pasar el poema entre las tablas y Mr. Duliard lo recogía con disimulo. - ¿qué hacía Mr. Duliard con sus poemas? - se preguntaba Rómulo. Pero con un pequeño sonido con el tacón del zapato en su techo, le hacía saber a Mr. Duliard su presencia.

Romina había perdido a su madre en un trágico accidente hacía siete años y había quedado muda y sin poder caminar por la impresión. Estaba en su lecho mustia y apagándose cada día más. Mr. Duliard entró un día al cuarto de Romina, luego de estar tres meses en cama y la había encontrado leyendo en balbuceos un papel. Mr.Buliard se acercó lentamente y se dio cuenta que el poema que ella estaba leyendo ensimismada, en voz baja, tenía la misma letra que los papeles que recogía intrigado de entre las tablas del piso de la Biblioteca. Tenía que encontrar al autor que le estaba devolviendo la vida a su querida hija.

Mr. Duliard se encaminó a la Biblioteca y preguntó al portero quienes trabajaban en la institución. El portero se mostró temeroso ante la pregunta y no supo bien qué contestar. - No estoy seguro Señor, nunca los he visto, parece que Mr.Bricks tiene empleados nocturnos -. Mr. Duliard se encaminó hacia el interior y preguntó a Mr. Bricks si podía mostrarle unos manuscritos especiales que se guardaban en un armario alto. Aprovechando que estaba ocupado, fue hacia el lugar donde emergían los poemas y dio un pequeño taconazo con su zapato. - Dime, ¿quien eres tú? -
Rómulo estaba durmiendo una siesta, débilmente, luego del arduo trabajo. - lo despertó el golpe en el techo y se levantó sorprendido - ¡Mr. Duliard! No haga esto, ¡Mr. Bricks lastimará a mi madre! - Mr. Duliard, sin rastros de temor, corrió hacia las escaleras que conducían al sótano y encontró una puerta con una pequeña ventana, cerrada con llave. Embistió la puerta con gran fuerza y la abrió de par en par. - Venga muchacho, no hay nada que temer, tu y tu madre están a salvo. Y sacó a Rómulo de la pocilga y a su madre de la miserable condición donde se encontraban a la fuerza. Mr. Bricks, que no se había dado cuenta de los sucesos, regresó con los manuscritos para mostrárselos a Mr. Duliard. Al darse cuenta que no estaba, fue a buscarlo y vio la puerta que daba a las escaleras al sótano abierta. Enfurecido, bajó con los pergaminos en una mano y el queso rancio que estaba comiendo en la otra. En su ira, bajó por las angostas escaleras que daban al mugriento sótano y enredándose su cuerpo gelatinoso con los rollos de pergaminos, dejó caer el queso y se resbaló de tal manera que rodando y tratando de detenerse con la puerta, la cerró tras de sí, quedando atrapado él mismo en su prisión. Dio muchos gritos y pateó puertas y paredes, pero nadie lo escuchó.

Por su parte, Mr. Duliard cedió a la madre de Rómulo un lugar donde establecerse y luego de unos días de recobrarse de lo sucedido y recuperar las fuerzas, llevó a Rómulo a la presencia de su hija Romina.
Romina estaba sentada en un sillón y sin saber quién era, vio a Rómulo entrar con un papel en las manos. El le dio un poema y ella al ver la escritura, se paró por primera vez en siete años y con una gran sonrisa, lo miró con aquellos ojos verdes que Rómulo había visto solo entre las tablas y lo tomó del brazo. Rómulo sintió su pecho henchirse de alegría y le besó la mano. Mr. Duliard, emocionado, con lágrimas en los ojos, sin palabras de ver a su hija caminar después de haber tenido los días contados, les abrió paso para que fueran al salón. Romina miró a su padre y habló por primera vez en años: - Gracias, te amo papá - Rómulo la cargó en brazos y la llevó al jardín donde leyeron los poemas juntos y compartieron momentos maravillosos. Vieron su sueño hecho realidad de conocerse personalmente y así iniciaron una relación maravillosa.

Tres semanas más tarde vino la policía a la Biblioteca a investigar y abrieron la puerta del sótano. Encontraron a Mr.Bricks en el suelo, llorando, con los ojos desorbitados, con una bola de papeles en las manos. Eran los poemas que había estado escribiendo Rómulo mientras estuvo allí. La policía lo condujo a la cárcel por rapto y maltrato y permaneció allí por quince años. Al salir había perdido muchísimo peso y se había dejado crecer una barba larga gris. Difícil de reconocer.

Para ese entonces Rómulo había ya publicado su libro de poemas y otros más, haciéndose famoso. Habiéndose convertido en un escritor exitoso, compró una casa para vivir con Romina, donde tenían una vida feliz con tres hijos y le había comprado un pequeño cottage a su madre cerca de ellos.

En esa época, Mr. Bricks salió de la cárcel, flaco, con barba larga, cabello blanco, pero a pesar de los años, en su corazón albergaba tremendo odio por Rómulo y su madre y prometió vengarse. Se enteró que vivían en una casa por el acantilado y decidió darles una visita.
Tocó la puerta de la casa y se presentó como Juan, el jardinero, ofreciendo sus servicios. Romina al verlo, le dio compasión, le preguntó a Rómulo, quien al verlo, no reconociendo quién era por su delgadez, barba y sombrero, aceptó. Le dieron una pequeña cabaña fuera de la casa para que viviera allí. El viejo Bricks, no perdió tiempo y comenzó a planear su venganza. Se fue al pueblo con el dinero que le había dado Rómulo por su trabajo de jardinero y compró una botella de veneno para cumplir su plan maquiavélico, y una botella de licor para festejar su pérfida victoria. En la noche, mientras la familia dormía, sacó un balde de agua del pozo con intención de envenenarla y dárselas a tomar al día siguiente. Se fue así a festejar con su botella de licor en un bolsillo, la botella de veneno en el otro bolsillo caminando hacia el acantilado a contemplar la luna y las estrellas en su delirio. En medio de su borrachera, tarareando, se le acabó la botella de licor. Recordaba refunfuñando los poemas de Rómulo, que había leído una y otra vez mientras estuvo encerrado, y más rencor le daba y en su embriaguez.

Al ver que la botella estaba vacía, buscó en su otro bolsillo y encontró otra botella llena. Sin percatarse que era el veneno, la abrió en su ebriedad y se la tomó sin sentir siquiera su amargura. Al terminarla, se percató, pero ya era tarde. En medio de calambres cayó al suelo, y mirando el cielo, sintió que su festejo se había convertido en una batalla entre la vida y la muerte. De pronto la venganza no tenía sentido, se le iba la preciosa vida. Estaba allí solo, muriendo, y en su corazón solo resonaban los poemas de Rómulo, ahora lo veía todo claro, la luz, el perdón, el amor. Y rodando de dolor, cayó por el acantilado.

martes, 27 de junio de 2017

Volteando la Esquina

Emma miraba la gran pintura de la Balsa de la Medusa y se sentía desfallecer y ahogarse en su propia pena, al igual que todos los náufragos. Sintió que las olas de las emociones la ahogaban y que la corriente del destino la arrastraba. Ya no soportaba más la miseria en que se encontraba su vida, estaba dándose por vencida. Se ahogaría al igual que todos en la balsa. Luego de haber estado parada contemplando la espectacular pintura, Emma se reclinó en la pared y encendió un cigarrillo. No se hallaba a sí misma, todo parecía darle vueltas. A los pocos segundos se acercó un guardia y le dijo que estaba prohibido fumar en el recinto y que debía apagar su cigarrillo al instante. Así lo hizo Emma, pero no pudo evitar sentir una intensa angustia, porque se había equivocado una vez más; había hecho lo que no debía hacer y se había traicionado a sí misma. La inundo un sentimiento de ansiedad, de desesperanza y sólo quizo irse a dormir para despertarse al día siguiente. Desde que la había dejado Renzo, no podía concentrarse en nada, sólo se la pasaba el día entero pensando en él. No podía escribir, no podía pintar y le aterraba salir sola. La ciudad se había vuelto su enemigo y no deseaba ver a nadie. Se la pasaba en su apartamento, tomando café y leyendo los viejos poemas que Renzo le había escrito. 
Camino a su casa se sentó en una banca en el puente que cruza el río. Se quedó mirando el río, pensando cómo sería tirarse al agua helada y dejar que se la lleve a Dios sabe donde. Sólo quería desaparecer del universo. Pensando esto, volteó a la derecha y vio un perro de manchas blancas y grises, de mediano tamaño, mirando el río melancólicamente. Quizá a su amo se lo llevó el río - pensó Emma. Y sintiendo tristeza en su corazón, se acercó. Con mucha delicadeza, acarició su cabeza y el perro levantó la mirada y la miró a los ojos. Emma se agachó y lo abrazó con mucha ternura. Le dijo unas palabras y se levantó para seguir camino a su apartamento. El perro se quedó mirándola como se alejaba y comenzó a caminar, siguiéndola. Emma se sintió confundida, pensando que el perro quizá tenía dueño o si realmente la estaba siguiendo o es que el perro tenía su propio rumbo. Al cabo de dos cuadras, Emma volteó la esquina y esperó. El perro paró en la esquina y se quedó mirándola. Entonces paró en un carrito que vendía hotdogs y le compro un hotdog al perro, quien se lo comió en un santiamén. Luego moviendo la cola, levantó las patas delanteras y las puso sobre su pecho y le comenzó a lamer el cuello. Emma se llenó de alegría y comenzó a juguetear con el perro. Corrieron juntos por un par de cuadras hasta que llegaron al departamento. Entró y dejó entrar al perro. Entró y de un salto se trepó al sofa y se echó allí, estirando sus patas muy cómodo. Emma dijo: desde ahora te llamarás Alegro, porque has venido a alegrar mi vida. Gracias por ser mi amigo y hacerme compañía. Vamos a disfrutar desde ahora compartir este espacio juntos. Gracias Alegro!  

lunes, 26 de junio de 2017

Entre Cantos y Pétalos

Esta mañana vi salir el sol entre los árboles. El viento estaba soplando un poco, lo suficiente como para mover las hojas del sauce, justo al pie de la acequia. Luego vino un conejo de entre los matorrales, se paró atentamente por si alguien venía y prosiguió su camino hasta la corriente de agua, donde tomó unos sorbos y se limpió las orejas con sus dos patas delanteras. El color caramelo de su pelaje brillaba más con los rayos dorados de la mañana. Luego dio un salto y desapareció entre las plantas al otro lado. Los rosales no han brotado todavía, pero veo que tiene unas hojitas verdes menudas saliendo desde las puntas de las ramas. El gras está cubierto de una fina capa de humedad y una babosa resbala lentamente dejando una estela brillante.
No he escuchado a Silvana todavía. Debe estar durmiendo y soñando que juega en el jardín. Me voy a sentir tan feliz cuando la vea salir por la puerta, dando saltos y haciendo danzar sus trenzas rojizas al son de sus zapatos azules. Espero que venga trayendo una canasta como acostumbra para recoger algunas de mis flores.
Ella siempre se acerca a ver mis pétalos muy de cerca y percibe mi perfume con su pequeña nariz. Quisiera decirle cuanto la quiero y cuánto me gusta estar con ella... si pudiera hablar. Pero mis hojas se agitan cuando ella se acerca y vibran con el tono de su voz cuando empieza a cantar hermosas melodías. Oh, esas canciones luego quedan en mi memoria y se repiten una y otra vez, recordándola durante el resto del día. Recuerdo cuando venía con su hermana Raquel y las dos preparaban el té en una mesita del jardín. Pero a Raquel no la he vuelto a ver. Escuché que se ha ido a una escuela más lejos y que vendrá por Navidad. Quizá por eso Silvana esta durmiendo más tarde porque se aburre al no ver a Raquel. Me he esforzado mucho para tener más flores últimamente, así Silvana viene a verme más seguido. Me encanta sobretodo cuando trae a Travieso, su perro, y tira una pelota y él la recoge una y otra vez. Es muy divertido.
Mis pétalos han comenzado a cambiar de color últimamente. Ahora son más azules que antes, pero parece que eso le agrada a Silvana. Digamos que mis flores cambian de humor cada cierto tiempo. Quizá eso signifique que estoy aburrida o triste, quien sabe.
Todavía recuerdo cuando Raquel se subió al árbol para recoger unos mangos y se resbaló, cayendo como un zapallo. Comenzó a llorar desconsoladamente y vino su mamá y le untó una crema en la rodilla, que se le había hinchado como una granada. Como quisiera tener pies y manos para poder jugar con ella. Yo también quisiera sentarme a tomar el té y cantar canciones de tonadas divertidas. Tomarnos las tres del brazo y bailar alrededor del jardín. Eso es lo que más me gustaría. Pero me contento con que Silvana recoja mis flores y luego me lleve con ella y me ponga en un florero muy bonito que tiene en la sala y desde ahí puedo ver cómo toca el piano y su papá lee el periódico, moviendo el pie al ritmo del piano. Veo como su mamá revisa las cuentas y luego pasa llevando la ropa a lavar. También me lleva al florero de su dormitorio. Y eso es lo más bonito cuando en la noche se pone de rodillas y hace una oración con todo su corazón. Reza por su hermana Raquel para que regrese pronto. Le pide que le dé otra hermana con la que pueda pasar los días y compartir pasatiempos juntas. Me estremece el alma cuando le corren lágrimas por las mejillas, y luego se cubre la cabeza y entre sollozos de queda dormida. Quisiera ser su amiga y consolarla cuando se siente triste, quisiera compartir pasatiempos con ella y quisiera decirle cuánto me duele verla llorar.
Silvana no se ha levantado esta mañana. Mis tallos ya se están quedando sin agua y pronto no podré verla desde el florero. Ha comenzado a sudar mucho y mueve su cabeza de un lado al otro. Pareciera que le ha dado una fiebre alta, pero no veo a nadie que venga a ayudarla. Travieso se ha trepado en la cama y se ha echado junto a ella para hacerle compañía. Su mamá tocó la puerta, pero Silvana no contesta. Piensan que se fue a la escuela más temprano, pero no saben que Silvana esta enferma en cama. El teléfono ha comenzado a timbrar, Silvana lo mira pero no tiene fuerza para levantarse a contestar.
Son las tres de la tarde y con el calor mis pétalos ya se han caído. Ya no pude verla más desde el florero, mis flores allí se secaron. Desde el jardín percibir cómo se siente. Tristemente, no puedo alcanzarle un vaso de agua ni buscar ayuda.
Son las seis de la tarde y nadie llegó a verla. Son las nueve de la noche y ha salido su mamá sollozando tristemente y la siguió su papá para consolarla. Silvana a muerto de fiebre tifoidea y nadie estuvo ahí para salvarla. Toda la familia se ha reunido para el velorio.
Raquel se ha acercado a mí y ha sacado varias de mis más hermosas flores, con hojas y todo. Me ha sacado casi por completo, con tallos y hojas y me ha llevado para ponerme sobre el cajón donde pusieron a Silvana, quien se ve muy bella. Tiene un semblante de paz como nunca vi. Raquel me puso entre las manos de Silvana y luego han cerrado el cajón conmigo adentro, en las manos de Silvana. Hoy me quedaré dormida con Silvana, mi mejor amiga. Nos enterrarán juntas y nos quedaremos para siempre juntas. Nos haremos polvo juntas y seremos luego el alimento para un árbol nuevo. Nuestras ramas crecerán mucho, dando sombra a muchas criaturas. Daremos mucho fruto y en nuestro frondoso ramaje harán nido aves del cielo. Juntas para siempre.

sábado, 8 de abril de 2017

Carlota y Otto se van a la playa


Carlota vivía en una casita en lo alto del acantilado y bajaba a la playa todas las mañanas para nadar. Ella tenía un perrito llamado Otto que la acompañaba y le gustaba correr a lo largo de la orilla, ladrando a las olas que reventaban cerca de él y luego se alejaba para no mojarse. Cuando estaba muy cansado de corretear, se echaba en la arena tibia y se quedaba dormido.
Una de las olas trajo consigo una botella de vidrio, sellada con un corcho que contenía un rollo de papel. Otto vió la botella y decidió llevársela a Carlota, pero la botella se la llevaba la corriente cada vez que trataba de alcanzarla. Tal fue su curiosidad y coraje, que no tuvo más remedio que meterse en el agua hasta lograr sostenerla entre sus dientes, luchando contra la corriente. Cuando se dió cuenta, venía otra ola y sin soltar la botella, el agua lo cubrió y se quedó sin piso. Otto trató de nadar hasta la orilla, pero la corriente se lo comenzó a llevar más lejos y comenzó a ladrar con todas sus fuerzas para que Carlota lo oyera.
Carlota, que estaba jugando con unos caracoles, escuchó el desesperado ladrido de Otto y le saltó el corazón de angustia.

- Otto, ¿qué haces nadando tan lejos en el mar?
- ¡No te preocupes Otto, voy a tu rescate!, le gritó Carlota.

Otto estaba muerto de miedo de estar solo en medio del mar.

Carlota salió disparada hacia el mar y sin pensarlo dos veces se lanzó nadando para alcanzar a Otto que se alejaba rápidamente de la orilla. Mientras tanto las olas se hacían más y más grandes hasta que parecían montañas. Otto muy asustado soltó la botella y nadó con toda su alma hasta alcanzar los brazos de Carlota. Ahora estaban juntos tratando de salvar sus vidas en medio de las grandes olas. Se levantó una gran ola como una gran pared y se encorvó sobre ellos bajando con una gran espuma, como una gran avalancha. Todo se puso oscuro y Otto lo único que escuchó fue el grito desesperado de Carlota diciendo su nombre:

- ¡Otto, mi querido Otto!

Otto sintió un turbulento que lo remecía y se aterrorizó tanto que en medio de la turbulencia... sintió la voz de Carlota que lo llamaba, tratando de despertarlo, mientras estremecía su cuerpecito suavemente.

Otto despertó de su pesadilla y vio la amorosa cara de Carlota sonriéndole con ternura.

- Vamos Otto, ¿listo para ir de regreso a casa?

Otto trató de explicarle a Carlota con la mirada, moviendo su cola y saltando alrededor de ella, cuanto significaba ella para él y cuanto había sufrido sintiendo que se iban a morir en medio del mar juntos, y cuán valiente había sido de recoger la botella para dársela a ella, pero Carlota nunca se enteraría del sueño de Otto ni de todo lo que él le quería decir. Sólo sabía que a Otto le encantaba correr por la orilla del mar y luego irse a dormir.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Desde mi corazón te lanzo,
con palabras de inofensiva algarabía,
que a rabietas a veces andas,
y así te quiero, siempre incierta.

Yo tu fortaleza, voy contigo,
Yo tu fuerza, me impongo,
Yo tu ternura contigo ando,
Yo soy quien contigo madruga.

No vayas tan deprisa,
ves, con mi palabra no puedes,
quieres crear pero eres mía,
sólo repites lo que tu corazón palpita.

Hoy entendiste lo que te dije,
lo sentiste salir del corazón,
lo dejaste fluir y lo dijiste,
así de simple salió y floreció.

Escribe este eco que resuena,
así te quiero, menuda y manca,
así te quiero, llena de meollos y llana,
no ves nada, bajo el velo andas.

Te amedrentas con tus propios rollos,
te desmiento y así te dejo,
luego me callo, luego te digo,
y lo que escuchas, así lo lanzas.

Soy ámbar, soy duda, soy cierto y verdad,
soy la penumbra de tu sentir,
que si no me imploras, no lo tengo por hecho, 
ni lo que digo, ni lo que callo.

Ayer eras mía en el abismo,
hoy me callo, me trago a mi mismo,
no soy como crees, soy el que soy,
cuando me veas, veras quien soy.

lunes, 27 de febrero de 2017

La Sirena Perdida


Paula se acercó a la orilla y deslizando su pie suavemente tocó el agua. De un salto pasó la ola y se sumergió en el mar. Su cuerpo desprendía un suave brillo turquesa, dejando una estela etérea a su paso.
Dejó la orilla y la costa lejos. Siguió nadando mar adentro y se sumergió en las profundidades del océano. Buscaba algún indicio de su familia perdida. Llevaba con ella la medalla que su madre le dio, con una escama en el interior. Posiblemente estarían capturados en algún barco pirata ó en los mares del este donde viven los seres nocturnos.
Paula se dirigió a las profundidades, donde están los barcos hundidos. Entrando por puertas y saliendo por ventanas, siguiendo así su búsqueda implacable.
Llegaban a ella las ondas marinas y los sonidos distantes. Podía distinguir entre un delfín y un tiburón. Todas criaturas conocidas y amigables en su presencia. Paula tenía conocimiento de los siete mares, viajando con las corrientes que la llevaban a gran velocidad. Conocía los bancos de ostras marinas, donde encontraba extraordinarias perlas jamás vistas.
Toda su vida había sido una aventura tras otra, pero el último año había sido muy diferente. Juan había aparecido en su vida, de una manera muy simple pero suficiente para cambiar su vida entera. Cuando se topó con un anzuelo que casi le arranca las escamas y luego el joven cayó al agua y un remolino que lo arrastró mar adentro. Paula lo salvó, pero se quedó prendada del joven, quien la llevó a tierra para vivir una gran experiencia, diferente a todo lo que ella estaba acostumbrada. Paula y Juan pasaron unos días inolvidables, intercambiando toda clase de historias y hasta se juraron amor eterno. Pero Juan ahora la había olvidado y abandonado, desde que se enteró que ella no era igual que él. Se horrorizó al ver sus escamas y la dejó. No había manera de recuperarlo. 
Paula había regresado al mar desconsolada, sola y atemorizada, sin poder encontrar a su familia. Dándola por desaparecida, quizá hasta habían migrado a otra parte del mundo. Fue en su busca; por el mar mediterráneo; por las costas de Italia y Marruecos; y por las costas de Francia y el pequeño principado de Mónaco. 
Fué en Mónaco donde se detuvo a admirar los preciosos palacios y magníficos jardines. En este pequeño paraíso, Paula decidió descansar por unos días para seguir su búsqueda más tarde. 
Salió del mar, tomando la forma de una bella joven, con cabellos rojizos y ojos verdes, vistiendo un delicado vestido de escamas que asombró a más de un bañista. 
Un joven residente del lugar, gran nadador y asiduo bañista, la vio aparecer en la orilla tan esbelta y radiante que la invitó a tomar un café. El joven, a pesar de su timidez, no pudo menos que tomarla del brazo y ayudarla a caminar en la arena, donde se hundían sus tacos, así que la cargó en brazos y la llevó arriba de las escalinatas donde la posó en tierra. “Señorita, es un placer conocerla, permítame presentarme. Soy Oscar di Mare y estoy a sus órdenes”. Paula lo miró gratamente sorprendida por tanta caballerosidad y haciendo una pequeña venia se presentó, con temblor en su voz, como Paula Altramonde. Oscar y Paula se sentaron en unas pequeñas sillas en el balcón de un restaurante, desde donde se podía ver la vasta extensión del mar mediterráneo. Sostuvieron una pequeña charla donde entre sonrisas tímidas e intercambio de palabras, lograron tal empatía que establecieron una grata amistad. De pronto sentían que se conocían de siempre. 
Oscar, dándose cuenta que Paula se encontraba un tanto desorientada, le ofreció hospedaje en la casa de su tía. Después de un almuerzo exquisito en la playa, se dirigieron en su auto. Luego de muchas curvas, subidas y bajadas, llegaron a la casa de su tía que más bien era un palacio. Este estaba en medio de un espléndido jardín con una gran pileta en medio. La tía de Oscar resultó ser una señora de trato muy agradable y delicado, quien recibió a Paula con gusto. “¡Querida, no sabes en qué buenas manos has caído! ¡Oscar es un muchacho fabuloso, de mucho porte y talento!. Tubo una relación que lo había dejado descorazonado, pero ha mostrado contigo un gran entusiasmo que hace tiempo no veía. ¡Has llegado a muy buena hora! Dime, y ¿donde está tu familia? ¿Vives cerca de aquí?”. 
Paula se quedó callada un momento sin saber que decir. No quería mentir pero tampoco quería decir la estrambótica verdad que pertenecía a una familia de sirenas. Así que rogando por una idea certera, dijo que sus padres eran de las costas Cantábricas y que la habían enviado a estudiar a Francia, ya que ellos usualmente visitaban esas costas. Así, Isabel, la tía de Oscar, la aceptó cordialmente en su casa.
En los días siguientes, Oscar, muy caballeroso, paseó y atendió a Paula, y lo ofreció amplias comodidades. Oscar gustaba de la música clásica y tocaba el piano magistralmente. Estudiaba en el conservatorio y pasaban veladas juntas, practicando el piano.
Paula había aprendido a tocar la flauta, con una pequeña flauta mágica que recobró de un barco, y cuando subía a las rocas a descansar, la tocaba esperando la puesta del sol. La música que salía de la flauta, encantaba el corazón de quien la escuchase, y este hombre se enamoraría de ella hasta la distancia de quinientas millas, luego, al irse más lejos, la olvidaría.
Paula comenzó a sentir una fuerte atracción hacia Oscar y temblaba ante su presencia. Oscar la miraba siempre tímidamente y con gran cortesía la atendía, pero no pasaba de una cordial amistad. 
Paula quiso romper esa barrera que los separaba, y aunque quería que todo fuera natural, no pudo soportar la tentación y sacó su pequeña flauta. Comenzó a soplar suavemente, creando una música casi divina, mientras Oscar tocaba el piano. Oscar sintió su corazón elevarse en las alturas del amor apasionado y la miró con los más dulces ojos y acercándose a ella, la besó largamente, con un beso lleno de pasión. Paula casi desmayó de emoción. Se miraron largamente y tomados de la mano, pactaron una relación formal.
Al poco tiempo, Oscar le ofreció matrimonio y le pidió a Paula ir a visitar a su padres para pedir su mano en matrimonio. Oscar no tenía padres, sólo su tía que lo quería como si fuera su hijo. Paula se encontraba en aprietos al no poder presentarle a sus padres y se pasó toda la noche pensando en la solución. Cuando amaneció, Paula le confesó parte de la verdad. Le dijo que no podía encontrar a sus padres, que habiéndola dado por desaparecida hacía años en un país lejano, se habían mudado y no habían dejado rastro de su paradero. Oscar prometió ayudarla a buscar a sus padres. El matrimonio fue una celebración pequeña, privada de la familia de Oscar y todos recibieron a Paula con los brazos abiertos, dispuestos a darle todo su cariño. Paula, en medio de toda esta nueva aventura en su vida, olvidó su pasado triste con Juan y comenzó una vida nueva en una mansión bellísima,  junto al hombre que amaba, en el principado de Mónaco. Llevó una vida acomodada, donde Oscar le ofreció todos los lujos a los que él mismo acostumbraba y la rodeó de todo su amor. 
Algunas noches, Paula sentía la urgencia de mojar su piel y no dejar secar sus escamas escondida, así que le dijo a Oscar que sentía gran deleite al sumergirse en el agua y nadar un rato en las noches en la pileta del jardín, lo cual Oscar lo tomó como un detalle único de su mujer, pero gracioso, y la dejó ir a bañarse sin darle importancia. Paula regresaba cada vez refrescada y alegre. Al meterse en el agua, las escamas afloraban y una vez más despidiendo ese brillo turquesa que hacía brillar la pileta de forma especial. 
Paula, en un estado de éxtasis, dejaba salir un canto único con su voz de sirena, pero tenía cuidado que no llegase a oídos de Oscar, quien que se encontraba en la habitación. 
Una noche, Oscar salió al balcón y vio a Paula salir de la pileta. Al verla tan bella, la miró más enamorado que nunca, pero con tristeza en el corazón. Oscar atesoraba en su corazón un secreto que no compartía con ella, y ahora atesoraba también ese amor con más fuerza. “Oh, Paula, si supieras quien soy”, se decía Oscar calladamente.
Al poco tiempo de casados Paula esperaba un hijo, y dio a luz un precioso varón. Paula estaba sorprendida y por alguna razón, Oscar también. “¿Cómo es posible que haya tenido un hijo con él si soy sirena?”, se decía. Y Oscar los miraba incrédulo y maravillado.
A los pocos meses le vino una gran depresión pensando: “No soporto la incertidumbre de no saber si Oscar realmente me ama, o es el hechizo de la flauta mágica.Tampoco soportaría ser rechazada si descubre que soy sirena. Necesito a mi familia, no puedo seguir así”.
Angustiada ante la idea, se dirigió a Oscar diciendo: “Cariño, me harías muy feliz si me llevases en el bote mar adentro, quizá la brisa marina me haga bien”. Ella tenía la intención oculta de despedirse y quedarse en el mar con los suyos. 
“Hubiera sido mejor decirle a Oscar la verdad desde el principio, porque ahora vivo sufriendo y en duda por mis propios errores. No soporto vivir así”. Pensó Paula, con la mirada triste.  
Ya en el bote, los dos en altamar, Paula tomó una decisión muy grande en su corazón y dijo: “Oscar, debo hacerte una confesión. Sabes cuanto te amo. Y ahora me duele mucho no haberte dicho la verdad antes, pero mi naturaleza no es igual a la tuya. Mi familia y yo venimos de las profundidades del océano, somos seres marinos. Soy una sirena. Tuve miedo que no me amaras si te lo decía y te lo he venido ocultando todos estos años. No me explico cómo salí encinta y tuve un hijo tuyo, pero te amo con todo mi corazón y estoy muy feliz que haya sucedido así. También debo confesarte que yo te hechizé con la música de una flauta mágica, para que te enamores de mí, o sea que nuestro amor no es real. Ahora, debo despedirme y volver al mar, porque como verás, no merezco tu amor”. Y diciendo esto, mostró sus escamas y se sentó en la orilla del bote. No tuvo el coraje de mirar a Oscar para decirle adiós, y suavemente se deslizó del bote. Con lágrimas que se mezclaron con el agua salada, volteó para ver una vez más a Oscar. Pero se quedó sorprendida al ver su cara...
Oscar, la estaba mirando con los ojos más dulces y serenos que ella jamás haya visto y con una bella sonrisa. Lleno de gozo exclamó: “¡Amor mío! ¡No sabes cuanta alegría me da que me digas esto, pues yo también debo hacerte una confesión!. Todo este tiempo yo te oculté quien soy”, y diciendo esto abrió los brazos y dijo: “Yo soy... El Príncipe de los Siete Mares!”. 
Al escuchar esto, Paula se quedó perpleja, y sus escamas comenzaron a brillar un turquesa etéreo en el agua.
Oscar prosiguió diciendo: “Pensé que creerías que era un loco. Mis padres sufrieron una tragedia y me dejaron en la costa cuando yo era niño. Mi tía me adoptó y me crió con mucho amor. Luego cuando crecí, un día en la playa mi madre se presentó y me dijo la verdad. Cuando te vi venir en la playa, te fui a buscar porque sentí una atracción sin igual, sin saber la razón. Me casé contigo con temor también, pero nuestro hijo ha sido un fruto de nuestro amor, somos iguales tú y yo. Y tu flauta mágica ... no me afectó porque soy como tú. Como entenderás, mi amor es verdadero y sin fin. ¡Yo te amo Paula!”. 
Y diciendo esto, de pronto escucharon cantos de muchas voces emergiendo de las aguas, en medio de resplandores turquesas. Todas las sirenas comenzaron a nadar alrededor del bote y en un bramido de las aguas, se formó una ola colosal que obedeciendo la órdenes de Oscar, delicadamente tomó el cuerpo frágil y débil de Paula y lo levantó de las aguas. Emanó una luz azulada etérea que rodeó a Paula. Oscar asumió el principado de los poderes marinos y presentó a su esposa Paula y su hijo a todas las criaturas marinas. 
Paula, en medio su asombro, vio salir de entre la multitud de criaturas a su familia largamente ausente, que en un gozo sin límites, se reunieron otra vez. 
Se iniciaba así, un nuevo capítulo en su vida. Cuando todo parecía estar  perdido y en la resignación definitiva en la que se encontraba, a la renovación completa de su vida, y más de lo que su imaginación hubiera podido llegar. Al tener el coraje de confesar la verdad, contra toda esperanza. 
Eventualmente regresaron a su casa a visitar a su tía. Luego hicieron grandes travesías en el mar, disfrutando de su Principado de los Siete Mares.

sábado, 7 de enero de 2017

El Gran Universo en el Pequeño Hipocampo



El gato se metió por la ventana, para recobrar el hipocampo del acuario de la tienda china, que había sido regalo del Fakir de la isla de Creta. Salieron a su encuentro tres salamandras que habían estado escondidas en el baúl, atacándolo con dentadas implacables. El gato logró robar el hipocampo y se lo llevó a su amo, Aníbal, en lo alto del faro. Este hipocampo había sido el motivo de muchos pleitos con su hermano Hugo, desde el día que dejaron el barco, regresando de su viaje a la isla. Allá habían conocido al fakir del anfiteatro, quién les había revelado el secreto de los hipocampos. Hugo, práctico y mundano, se mostró muy incrédulo, pero Aníbal en su mente imaginativa, decidió seguir indagando y practicando, completamente intrigado con el misterio. Hugo había desaparecido el hipocampo, tratando de salvar a su hermano, y se lo había vendido a un coleccionista de rarezas en el barrio chino de la localidad. Pero el gato de Aníbal, lo había seguido, descubriendo su paradero.

En el sótano del faro, Aníbal había estado toda la mañana trabajando en el trapiche para sacar sumo de azúcar y tener qué vender en el camino. Con esa plata tendría con qué comer. El gato lo acompañaba a todas partes, y llevaba en su cuello una botellita de agua con el hipocampo nadando en su interior.

No se podría decir que Hugo, dueño de un banco, estaba muy orgulloso de su hermano Aníbal, quien se paseaba por las calles como un lunático, sin rumbo alguno.
En las noches, Aníbal iba con una luz en la mano, buscando debajo del puente, los fascinantes hipocampos miniatura, que salían en sus paseos nocturnos en el borde del río. Luego los ponía en su botella y los sumaba a los demás en el acuario del faro.

Desde el faro, Aníbal podía divisar los barcos que se acercaban a la playa, pero también podía divisar los seres que flotaban en el cielo, en la fase beta, observando la ciudad. Muy a menudo, estos fatuos personajes, dictaban sus sentencias basadas en sus mentes siderales, venidas de lejanas nebulosas galácticas. Se presentaban con su acostumbrada intención de salvar el planeta, cambiando el clima con insistencia.

Hugo estaba sumamente preocupado por Aníbal, que siempre parecía caminar mirando al cielo, con sus pantalones de mezclilla, para presentarse en las altas oficinas del banco, mientras Hugo, metrosexual como siempre, se avergonzaba de su hermano, que visto a través de su lente mundano, parecía un vagabundo. Hugo, en su modo pesimista de siempre, interrogaba a Aníbal pesadamente por horas, llamándolo petiso, papagayo y cualquier nombre para pantalla ante sus amigos semidioses. Se podría decir que era muy selectivo con sus amigos, los escogía problemáticos y plañideros. Se sentaban con el revolver en la mano, dándole giros a rienda suelta, hasta que alguno de los ahí presentes terminaban con rigor mortis. La superficialidad de sus conversaciones eran repulsivas, unos con toscos ademanes de orangután y  otros con agresivo comportamiento de mandril. Se sentían majestuosos. 

Cuando se trataba de Aníbal, Hugo se parecía a un estetoscopio, lograba escuchar el sonido lejano de la verdad, pero no llegaba a asimilarla del todo, porque le faltaba una parte de ella, una parte básica y elemental. En el fondo sabía que Aníbal escondía una verdad absolutamente fenomenal, pero no llegaba a identificarla. Trataba de entenderlo desesperadamente. Pensaba tan frenéticamente acerca de su actitud, que sufría de hipoxia y se desmayaba para encontrarlo más tarde sin conocimiento, frente a la chimenea. El gato rosa, como si entendiera, lo guiaba cerca al calor cuando Hugo comenzaba a entrar en este trance de búsqueda mental, para que no vaya a caer en hipotermia en el frío de su escritorio.

El acuario con hipocampos le servía a Aníbal como centro de enfoque en sus viajes astrales al centro galáctico. Se había figurado la manera de viajar etéreamente por el extenso universo en forma de ente por medio de los filamentos a travez de los agujeros negros. Pasaba así a otros universos, viajaba por los centros de reunión de cada civilización. Con su incansable empatía, lograba hacer contacto con géneros de otro orden, llevando sus fábulas consigo, fabricadas en sus momentos de absoluta claridad mental. Su existencialismo lo llevaba a explorar y experimentar con la observación desde los faros, y luego haciendo contacto con los entes visitantes.
Hugo, en su absoluta ignorancia de los hechos, lo perseguía con insistencia, desde su saber mundano, sin ni siquiera poder imaginar los alcances de las conexiones de su hermano Aníbal.

Una tarde, Hugo decidió invitar a Aníbal a una copa, y le presentó unas bellezas de rizos y faldas cortas con labios rubí. Lo miraban como quien mira a un exiliado del mundo. Aníbal, con la mente totalmente clara, no les llamaba la atención. Ellas, con esa actitud de esclavitud al mundo banal, lo desvestían con la mirada. Aníbal, de porte esbelto y ojos gatunos sombreados por un mechón dorado que caía despreocupado, las miraba sin perturbarse. Ellas desmayaban junto a él, sin que él se inquiete lo más mínimo. Se sentaron los dos en esta mesa tornasolada por las luces del lugar en penumbra, rodeados por estas mujeres pueriles, que parecieran derretirse en el asiento. - Vamos, tómate este trago de un sorbo y dime lo que temes y lo que amas. Eres para mí un misterio, hermano.- le dijo Hugo. - Aquí las más hermosas mujeres del lugar, para que escojas. Luego piensa en lo buena que es la vida contigo. No vas a ningún lado con tu actitud desmesurada.- Aníbal siguió tomando su trago y se reclinó en el asiento. Se acercó al oído de Hugo y le dijo en secreto: - dame una oportunidad de credulidad en mi proyecto y verás la vida como realmente es, no como la ves en tu sueño imaginado -. Hugo se lanzó a él como un escorpión con el aguijón listo a eliminarlo, desesperado por la incógnita incomprensible, pero Aníbal se retiró del lugar sin mirar atrás y dejó pasar el momento, para otra futura ocasión.

Hugo siguió en su oficina, rellenando recuadros de papel con números que significaban su vida entera, mientras en el otro extremo, Aníbal tenía otra vida, vivía feliz, tan sólo mirando sus hipocampos acuáticos, con los que siguió viajando por los universos escondidos y visitando civilizaciones distantes. Realidades de sueños, y sueños de realidades.