Paula se acercó a la orilla y deslizando su pie suavemente tocó el agua. De un salto pasó la ola y se sumergió en el mar. Su cuerpo desprendía un suave brillo turquesa, dejando una estela etérea a su paso.
Dejó la orilla y la costa lejos. Siguió nadando mar adentro y se sumergió en las profundidades del océano. Buscaba algún indicio de su familia perdida. Llevaba con ella la medalla que su madre le dio, con una escama en el interior. Posiblemente estarían capturados en algún barco pirata ó en los mares del este donde viven los seres nocturnos.
Paula se dirigió a las profundidades, donde están los barcos hundidos. Entrando por puertas y saliendo por ventanas, siguiendo así su búsqueda implacable.
Llegaban a ella las ondas marinas y los sonidos distantes. Podía distinguir entre un delfín y un tiburón. Todas criaturas conocidas y amigables en su presencia. Paula tenía conocimiento de los siete mares, viajando con las corrientes que la llevaban a gran velocidad. Conocía los bancos de ostras marinas, donde encontraba extraordinarias perlas jamás vistas.
Toda su vida había sido una aventura tras otra, pero el último año había sido muy diferente. Juan había aparecido en su vida, de una manera muy simple pero suficiente para cambiar su vida entera. Cuando se topó con un anzuelo que casi le arranca las escamas y luego el joven cayó al agua y un remolino que lo arrastró mar adentro. Paula lo salvó, pero se quedó prendada del joven, quien la llevó a tierra para vivir una gran experiencia, diferente a todo lo que ella estaba acostumbrada. Paula y Juan pasaron unos días inolvidables, intercambiando toda clase de historias y hasta se juraron amor eterno. Pero Juan ahora la había olvidado y abandonado, desde que se enteró que ella no era igual que él. Se horrorizó al ver sus escamas y la dejó. No había manera de recuperarlo.
Paula había regresado al mar desconsolada, sola y atemorizada, sin poder encontrar a su familia. Dándola por desaparecida, quizá hasta habían migrado a otra parte del mundo. Fue en su busca; por el mar mediterráneo; por las costas de Italia y Marruecos; y por las costas de Francia y el pequeño principado de Mónaco.
Fué en Mónaco donde se detuvo a admirar los preciosos palacios y magníficos jardines. En este pequeño paraíso, Paula decidió descansar por unos días para seguir su búsqueda más tarde.
Salió del mar, tomando la forma de una bella joven, con cabellos rojizos y ojos verdes, vistiendo un delicado vestido de escamas que asombró a más de un bañista.
Un joven residente del lugar, gran nadador y asiduo bañista, la vio aparecer en la orilla tan esbelta y radiante que la invitó a tomar un café. El joven, a pesar de su timidez, no pudo menos que tomarla del brazo y ayudarla a caminar en la arena, donde se hundían sus tacos, así que la cargó en brazos y la llevó arriba de las escalinatas donde la posó en tierra. “Señorita, es un placer conocerla, permítame presentarme. Soy Oscar di Mare y estoy a sus órdenes”. Paula lo miró gratamente sorprendida por tanta caballerosidad y haciendo una pequeña venia se presentó, con temblor en su voz, como Paula Altramonde. Oscar y Paula se sentaron en unas pequeñas sillas en el balcón de un restaurante, desde donde se podía ver la vasta extensión del mar mediterráneo. Sostuvieron una pequeña charla donde entre sonrisas tímidas e intercambio de palabras, lograron tal empatía que establecieron una grata amistad. De pronto sentían que se conocían de siempre.
Oscar, dándose cuenta que Paula se encontraba un tanto desorientada, le ofreció hospedaje en la casa de su tía. Después de un almuerzo exquisito en la playa, se dirigieron en su auto. Luego de muchas curvas, subidas y bajadas, llegaron a la casa de su tía que más bien era un palacio. Este estaba en medio de un espléndido jardín con una gran pileta en medio. La tía de Oscar resultó ser una señora de trato muy agradable y delicado, quien recibió a Paula con gusto. “¡Querida, no sabes en qué buenas manos has caído! ¡Oscar es un muchacho fabuloso, de mucho porte y talento!. Tubo una relación que lo había dejado descorazonado, pero ha mostrado contigo un gran entusiasmo que hace tiempo no veía. ¡Has llegado a muy buena hora! Dime, y ¿donde está tu familia? ¿Vives cerca de aquí?”.
Paula se quedó callada un momento sin saber que decir. No quería mentir pero tampoco quería decir la estrambótica verdad que pertenecía a una familia de sirenas. Así que rogando por una idea certera, dijo que sus padres eran de las costas Cantábricas y que la habían enviado a estudiar a Francia, ya que ellos usualmente visitaban esas costas. Así, Isabel, la tía de Oscar, la aceptó cordialmente en su casa.
En los días siguientes, Oscar, muy caballeroso, paseó y atendió a Paula, y lo ofreció amplias comodidades. Oscar gustaba de la música clásica y tocaba el piano magistralmente. Estudiaba en el conservatorio y pasaban veladas juntas, practicando el piano.
Paula había aprendido a tocar la flauta, con una pequeña flauta mágica que recobró de un barco, y cuando subía a las rocas a descansar, la tocaba esperando la puesta del sol. La música que salía de la flauta, encantaba el corazón de quien la escuchase, y este hombre se enamoraría de ella hasta la distancia de quinientas millas, luego, al irse más lejos, la olvidaría.
Paula comenzó a sentir una fuerte atracción hacia Oscar y temblaba ante su presencia. Oscar la miraba siempre tímidamente y con gran cortesía la atendía, pero no pasaba de una cordial amistad.
Paula quiso romper esa barrera que los separaba, y aunque quería que todo fuera natural, no pudo soportar la tentación y sacó su pequeña flauta. Comenzó a soplar suavemente, creando una música casi divina, mientras Oscar tocaba el piano. Oscar sintió su corazón elevarse en las alturas del amor apasionado y la miró con los más dulces ojos y acercándose a ella, la besó largamente, con un beso lleno de pasión. Paula casi desmayó de emoción. Se miraron largamente y tomados de la mano, pactaron una relación formal.
Al poco tiempo, Oscar le ofreció matrimonio y le pidió a Paula ir a visitar a su padres para pedir su mano en matrimonio. Oscar no tenía padres, sólo su tía que lo quería como si fuera su hijo. Paula se encontraba en aprietos al no poder presentarle a sus padres y se pasó toda la noche pensando en la solución. Cuando amaneció, Paula le confesó parte de la verdad. Le dijo que no podía encontrar a sus padres, que habiéndola dado por desaparecida hacía años en un país lejano, se habían mudado y no habían dejado rastro de su paradero. Oscar prometió ayudarla a buscar a sus padres. El matrimonio fue una celebración pequeña, privada de la familia de Oscar y todos recibieron a Paula con los brazos abiertos, dispuestos a darle todo su cariño. Paula, en medio de toda esta nueva aventura en su vida, olvidó su pasado triste con Juan y comenzó una vida nueva en una mansión bellísima, junto al hombre que amaba, en el principado de Mónaco. Llevó una vida acomodada, donde Oscar le ofreció todos los lujos a los que él mismo acostumbraba y la rodeó de todo su amor.
Algunas noches, Paula sentía la urgencia de mojar su piel y no dejar secar sus escamas escondida, así que le dijo a Oscar que sentía gran deleite al sumergirse en el agua y nadar un rato en las noches en la pileta del jardín, lo cual Oscar lo tomó como un detalle único de su mujer, pero gracioso, y la dejó ir a bañarse sin darle importancia. Paula regresaba cada vez refrescada y alegre. Al meterse en el agua, las escamas afloraban y una vez más despidiendo ese brillo turquesa que hacía brillar la pileta de forma especial.
Paula, en un estado de éxtasis, dejaba salir un canto único con su voz de sirena, pero tenía cuidado que no llegase a oídos de Oscar, quien que se encontraba en la habitación.
Una noche, Oscar salió al balcón y vio a Paula salir de la pileta. Al verla tan bella, la miró más enamorado que nunca, pero con tristeza en el corazón. Oscar atesoraba en su corazón un secreto que no compartía con ella, y ahora atesoraba también ese amor con más fuerza. “Oh, Paula, si supieras quien soy”, se decía Oscar calladamente.
Al poco tiempo de casados Paula esperaba un hijo, y dio a luz un precioso varón. Paula estaba sorprendida y por alguna razón, Oscar también. “¿Cómo es posible que haya tenido un hijo con él si soy sirena?”, se decía. Y Oscar los miraba incrédulo y maravillado.
A los pocos meses le vino una gran depresión pensando: “No soporto la incertidumbre de no saber si Oscar realmente me ama, o es el hechizo de la flauta mágica.Tampoco soportaría ser rechazada si descubre que soy sirena. Necesito a mi familia, no puedo seguir así”.
Angustiada ante la idea, se dirigió a Oscar diciendo: “Cariño, me harías muy feliz si me llevases en el bote mar adentro, quizá la brisa marina me haga bien”. Ella tenía la intención oculta de despedirse y quedarse en el mar con los suyos.
“Hubiera sido mejor decirle a Oscar la verdad desde el principio, porque ahora vivo sufriendo y en duda por mis propios errores. No soporto vivir así”. Pensó Paula, con la mirada triste.
Ya en el bote, los dos en altamar, Paula tomó una decisión muy grande en su corazón y dijo: “Oscar, debo hacerte una confesión. Sabes cuanto te amo. Y ahora me duele mucho no haberte dicho la verdad antes, pero mi naturaleza no es igual a la tuya. Mi familia y yo venimos de las profundidades del océano, somos seres marinos. Soy una sirena. Tuve miedo que no me amaras si te lo decía y te lo he venido ocultando todos estos años. No me explico cómo salí encinta y tuve un hijo tuyo, pero te amo con todo mi corazón y estoy muy feliz que haya sucedido así. También debo confesarte que yo te hechizé con la música de una flauta mágica, para que te enamores de mí, o sea que nuestro amor no es real. Ahora, debo despedirme y volver al mar, porque como verás, no merezco tu amor”. Y diciendo esto, mostró sus escamas y se sentó en la orilla del bote. No tuvo el coraje de mirar a Oscar para decirle adiós, y suavemente se deslizó del bote. Con lágrimas que se mezclaron con el agua salada, volteó para ver una vez más a Oscar. Pero se quedó sorprendida al ver su cara...
Oscar, la estaba mirando con los ojos más dulces y serenos que ella jamás haya visto y con una bella sonrisa. Lleno de gozo exclamó: “¡Amor mío! ¡No sabes cuanta alegría me da que me digas esto, pues yo también debo hacerte una confesión!. Todo este tiempo yo te oculté quien soy”, y diciendo esto abrió los brazos y dijo: “Yo soy... El Príncipe de los Siete Mares!”.
Al escuchar esto, Paula se quedó perpleja, y sus escamas comenzaron a brillar un turquesa etéreo en el agua.
Oscar prosiguió diciendo: “Pensé que creerías que era un loco. Mis padres sufrieron una tragedia y me dejaron en la costa cuando yo era niño. Mi tía me adoptó y me crió con mucho amor. Luego cuando crecí, un día en la playa mi madre se presentó y me dijo la verdad. Cuando te vi venir en la playa, te fui a buscar porque sentí una atracción sin igual, sin saber la razón. Me casé contigo con temor también, pero nuestro hijo ha sido un fruto de nuestro amor, somos iguales tú y yo. Y tu flauta mágica ... no me afectó porque soy como tú. Como entenderás, mi amor es verdadero y sin fin. ¡Yo te amo Paula!”.
Y diciendo esto, de pronto escucharon cantos de muchas voces emergiendo de las aguas, en medio de resplandores turquesas. Todas las sirenas comenzaron a nadar alrededor del bote y en un bramido de las aguas, se formó una ola colosal que obedeciendo la órdenes de Oscar, delicadamente tomó el cuerpo frágil y débil de Paula y lo levantó de las aguas. Emanó una luz azulada etérea que rodeó a Paula. Oscar asumió el principado de los poderes marinos y presentó a su esposa Paula y su hijo a todas las criaturas marinas.
Paula, en medio su asombro, vio salir de entre la multitud de criaturas a su familia largamente ausente, que en un gozo sin límites, se reunieron otra vez.
Se iniciaba así, un nuevo capítulo en su vida. Cuando todo parecía estar perdido y en la resignación definitiva en la que se encontraba, a la renovación completa de su vida, y más de lo que su imaginación hubiera podido llegar. Al tener el coraje de confesar la verdad, contra toda esperanza.
Eventualmente regresaron a su casa a visitar a su tía. Luego hicieron grandes travesías en el mar, disfrutando de su Principado de los Siete Mares.