El gato se metió por la ventana, para recobrar el hipocampo del acuario de la tienda china, que había sido regalo del Fakir de la isla de Creta. Salieron a su encuentro tres salamandras que habían estado escondidas en el baúl, atacándolo con dentadas implacables. El gato logró robar el hipocampo y se lo llevó a su amo, Aníbal, en lo alto del faro. Este hipocampo había sido el motivo de muchos pleitos con su hermano Hugo, desde el día que dejaron el barco, regresando de su viaje a la isla. Allá habían conocido al fakir del anfiteatro, quién les había revelado el secreto de los hipocampos. Hugo, práctico y mundano, se mostró muy incrédulo, pero Aníbal en su mente imaginativa, decidió seguir indagando y practicando, completamente intrigado con el misterio. Hugo había desaparecido el hipocampo, tratando de salvar a su hermano, y se lo había vendido a un coleccionista de rarezas en el barrio chino de la localidad. Pero el gato de Aníbal, lo había seguido, descubriendo su paradero.
En el sótano del faro, Aníbal había estado toda la mañana trabajando en el trapiche para sacar sumo de azúcar y tener qué vender en el camino. Con esa plata tendría con qué comer. El gato lo acompañaba a todas partes, y llevaba en su cuello una botellita de agua con el hipocampo nadando en su interior.
No se podría decir que Hugo, dueño de un banco, estaba muy orgulloso de su hermano Aníbal, quien se paseaba por las calles como un lunático, sin rumbo alguno.
No se podría decir que Hugo, dueño de un banco, estaba muy orgulloso de su hermano Aníbal, quien se paseaba por las calles como un lunático, sin rumbo alguno.
En las noches, Aníbal iba con una luz en la mano, buscando debajo del puente, los fascinantes hipocampos miniatura, que salían en sus paseos nocturnos en el borde del río. Luego los ponía en su botella y los sumaba a los demás en el acuario del faro.
Desde el faro, Aníbal podía divisar los barcos que se acercaban a la playa, pero también podía divisar los seres que flotaban en el cielo, en la fase beta, observando la ciudad. Muy a menudo, estos fatuos personajes, dictaban sus sentencias basadas en sus mentes siderales, venidas de lejanas nebulosas galácticas. Se presentaban con su acostumbrada intención de salvar el planeta, cambiando el clima con insistencia.
Hugo estaba sumamente preocupado por Aníbal, que siempre parecía caminar mirando al cielo, con sus pantalones de mezclilla, para presentarse en las altas oficinas del banco, mientras Hugo, metrosexual como siempre, se avergonzaba de su hermano, que visto a través de su lente mundano, parecía un vagabundo. Hugo, en su modo pesimista de siempre, interrogaba a Aníbal pesadamente por horas, llamándolo petiso, papagayo y cualquier nombre para pantalla ante sus amigos semidioses. Se podría decir que era muy selectivo con sus amigos, los escogía problemáticos y plañideros. Se sentaban con el revolver en la mano, dándole giros a rienda suelta, hasta que alguno de los ahí presentes terminaban con rigor mortis. La superficialidad de sus conversaciones eran repulsivas, unos con toscos ademanes de orangután y otros con agresivo comportamiento de mandril. Se sentían majestuosos.
Desde el faro, Aníbal podía divisar los barcos que se acercaban a la playa, pero también podía divisar los seres que flotaban en el cielo, en la fase beta, observando la ciudad. Muy a menudo, estos fatuos personajes, dictaban sus sentencias basadas en sus mentes siderales, venidas de lejanas nebulosas galácticas. Se presentaban con su acostumbrada intención de salvar el planeta, cambiando el clima con insistencia.
Hugo estaba sumamente preocupado por Aníbal, que siempre parecía caminar mirando al cielo, con sus pantalones de mezclilla, para presentarse en las altas oficinas del banco, mientras Hugo, metrosexual como siempre, se avergonzaba de su hermano, que visto a través de su lente mundano, parecía un vagabundo. Hugo, en su modo pesimista de siempre, interrogaba a Aníbal pesadamente por horas, llamándolo petiso, papagayo y cualquier nombre para pantalla ante sus amigos semidioses. Se podría decir que era muy selectivo con sus amigos, los escogía problemáticos y plañideros. Se sentaban con el revolver en la mano, dándole giros a rienda suelta, hasta que alguno de los ahí presentes terminaban con rigor mortis. La superficialidad de sus conversaciones eran repulsivas, unos con toscos ademanes de orangután y otros con agresivo comportamiento de mandril. Se sentían majestuosos.
Cuando se trataba de Aníbal, Hugo se parecía a un estetoscopio, lograba escuchar el sonido lejano de la verdad, pero no llegaba a asimilarla del todo, porque le faltaba una parte de ella, una parte básica y elemental. En el fondo sabía que Aníbal escondía una verdad absolutamente fenomenal, pero no llegaba a identificarla. Trataba de entenderlo desesperadamente. Pensaba tan frenéticamente acerca de su actitud, que sufría de hipoxia y se desmayaba para encontrarlo más tarde sin conocimiento, frente a la chimenea. El gato rosa, como si entendiera, lo guiaba cerca al calor cuando Hugo comenzaba a entrar en este trance de búsqueda mental, para que no vaya a caer en hipotermia en el frío de su escritorio.
El acuario con hipocampos le servía a Aníbal como centro de enfoque en sus viajes astrales al centro galáctico. Se había figurado la manera de viajar etéreamente por el extenso universo en forma de ente por medio de los filamentos a travez de los agujeros negros. Pasaba así a otros universos, viajaba por los centros de reunión de cada civilización. Con su incansable empatía, lograba hacer contacto con géneros de otro orden, llevando sus fábulas consigo, fabricadas en sus momentos de absoluta claridad mental. Su existencialismo lo llevaba a explorar y experimentar con la observación desde los faros, y luego haciendo contacto con los entes visitantes.
Hugo, en su absoluta ignorancia de los hechos, lo perseguía con insistencia, desde su saber mundano, sin ni siquiera poder imaginar los alcances de las conexiones de su hermano Aníbal.
Una tarde, Hugo decidió invitar a Aníbal a una copa, y le presentó unas bellezas de rizos y faldas cortas con labios rubí. Lo miraban como quien mira a un exiliado del mundo. Aníbal, con la mente totalmente clara, no les llamaba la atención. Ellas, con esa actitud de esclavitud al mundo banal, lo desvestían con la mirada. Aníbal, de porte esbelto y ojos gatunos sombreados por un mechón dorado que caía despreocupado, las miraba sin perturbarse. Ellas desmayaban junto a él, sin que él se inquiete lo más mínimo. Se sentaron los dos en esta mesa tornasolada por las luces del lugar en penumbra, rodeados por estas mujeres pueriles, que parecieran derretirse en el asiento. - Vamos, tómate este trago de un sorbo y dime lo que temes y lo que amas. Eres para mí un misterio, hermano.- le dijo Hugo. - Aquí las más hermosas mujeres del lugar, para que escojas. Luego piensa en lo buena que es la vida contigo. No vas a ningún lado con tu actitud desmesurada.- Aníbal siguió tomando su trago y se reclinó en el asiento. Se acercó al oído de Hugo y le dijo en secreto: - dame una oportunidad de credulidad en mi proyecto y verás la vida como realmente es, no como la ves en tu sueño imaginado -. Hugo se lanzó a él como un escorpión con el aguijón listo a eliminarlo, desesperado por la incógnita incomprensible, pero Aníbal se retiró del lugar sin mirar atrás y dejó pasar el momento, para otra futura ocasión.
Hugo siguió en su oficina, rellenando recuadros de papel con números que significaban su vida entera, mientras en el otro extremo, Aníbal tenía otra vida, vivía feliz, tan sólo mirando sus hipocampos acuáticos, con los que siguió viajando por los universos escondidos y visitando civilizaciones distantes. Realidades de sueños, y sueños de realidades.